Esta reseña es en primer lugar un reconocimiento y un agradecimiento hacia lo que me han aportado los libros y ciertas personas en mi vida. Recuerdo que mi primer acercamiento al mundo de la lectura fue a través de la obra de Tolkien, pero por aquella época aún era un niño y no pude terminar su obra. Ya con dieciséis años me interesé por la historia del arte y recuerdo que leí una biografía de Bernini, lo cual me ayudó mucho a sacar una buena nota en esa asignatura ya que recuerdo que una de las preguntas del examen era el barroco italiano. Cuando llegué a la universidad, estando en segundo de carrera, mi madre un día me habló de la obra de Milton, el paraíso perdido. En aquel momento, aunque de forma inconsciente, mi madre había plantado la semilla de la curiosidad lectora. Con veinte años acometí la lectura de este poema épico inglés en su totalidad. La dificultad de las metáforas y el lenguaje ampuloso y barroco me resultó a veces cansino, pero algunos versos tenían una belleza incomparable. La lectura de ese libro fue mi bautismo de fuego. Después, un amigo de una compañera de clase me descubrió a Borges, del que yo no sabía absolutamente nada. Empecé a leer su obra y quedé admirado al ver sus vastos conocimientos y su erudición enciclopédica. La gran mayoría de autores que he leído y conocido ha sido gracias a la figura del genio argentino. Después tuve un profesor, al que siempre recordaré, Juan Carlos Rodríguez, que me enseñó a leer. Mi pasión por la filosofía se fue desarrollando en estos años, que pasó de la mera curiosidad de un filólogo a la devoción de un joven extraviado en las reflexiones metafísicas. Gracias a él profundicé en el pensamiento de los modernos, me introduje en las corrientes postmodernas, con las que no estoy de acuerdo. Si gracias a Borges conocí la obra de Stevenson, de Conrad, de Kipling, de Kafka, de Joyce, de Coleridge, de Wordsworth, de Byron, de Keats, de Shelley, de Goethe, de Cervantes, de Shakespeare y de Dante, entre otros muchos clásicos, con las enseñanzas de Juan Carlos Rodríguez me adentré en el pensamiento de Descartes, de Spinoza, de Leibniz, de Locke, de Hume, de Berkeley, de Kant, de Hegel y de Schopenhauer, cuya obra principal por aquella época yo estaba hojeando. La idea de crear una página web donde ir comentando todos los libros clásicos que iba leyendo se fue gestando durante estos años. Y si bien tanto Borges como Juan Carlos Rodríguez han conformado mi pasión por los libros, no quiero terminar este homenaje sin citar a otra persona, que, aunque no es del mundo de la literatura, me ha inspirado a dar un paso más allá y dar el salto desde la crítica hasta la narración de mi historia. Relataré brevemente quién es esta persona, aunque dejando a salvo su privacidad. Hace unos meses asistí a una conferencia sobre las paradojas de la libertad de expresión a través de un grupo cultural que había conocido mediante las redes sociales. Una de las personas del grupo que asistió era una mujer que había leído mis diálogos con otros miembros de ese grupo y me preguntó si yo era el filósofo. Le contesté que estaba estudiando la carrera de filosofía, y que aún sólo lo era en potencia. A la salida de la conferencia anduvimos un buen trecho junto con otra gente y estuvimos hablando todo el camino hasta mi casa. Recuerdo que le cité el pasaje de Aristóteles de la metafísica en el que se habla de que el principio de no contradicción es el primero de los principios y que el que lo intenta refutar lo está presuponiendo. Me dijo que su formación era científica, pero que se dedicaba a sacar el potencial de las personas y al desarrollo personal. La conversación terminó ahí. Con el paso del tiempo me confesó que estaba escribiendo un libro basado en una experiencia personal, para tratar de ayudar a las personas. No sé cómo pero de alguna forma confió en mí para que le diese forma a su libro, para que lo prologase y para que le aportase ideas. Y embarcarme en este proyecto junto a ella me ha llevado a escribir una historia, mi historia. Esta mujer de los ojos “color del vino”, como describe Homero el color del mar verdoso, ya que parece que los griegos no diferenciaban entre el azul y el verde, o eso dice la leyenda, ha sido una fuente de inspiración para mí. Al leer algunos de los libros que ella me ha pasado, he encontrado todas las teorías de los sistemas filosóficos aplicados a la vida práctica y actual. Ya dijo Plinio el Viejo que no hay libro tan malo que no encierre algo de bueno. Efectivamente, con el paso de los años me he dado cuenta de que no hay conocimiento que sea totalmente inútil. Sólo espero que lo mismo que ella me ha descubierto su mundo, poder aunque sea contagiarle un poco de mi amor por la literatura. Yo no tengo sus conocimientos científicos ni posiblemente la percepción tan aguda de la realidad, pero sí puedo decir que yo percibo a las personas y al mundo a través de mis ilimitadas lecturas, sin por eso dejar de ser yo mismo. Creo que tengo lo que se denomina pensamiento crítico, pero me ha costado años desarrollarlo, aparte de que ese proceso no termina nunca. Así que sólo quiero decirle a esta mujer que gracias por su confianza, que tiene todo mi apoyo y ayuda en su proyecto. Además de que su finalidad es noble, para mí es un honor que una mujer con semejante capacidad intelectual y analítica me admire en cierto sentido, o al menos, valore lo que yo pueda aportarle. El mundo, según Mallarmé, existe para llegar a un libro. La etimología del nombre de esta mujer significa, si no me equivoco, brillante y resplandeciente. Que su libro resplandezca y pueda ayudar a tantas personas como sea posible, hasta que, como dijo Foscolo, el sol brille sobre las desdichas humanas. Esto era lo que yo quería comunicarles a todos mis lectores. Gracias y feliz día del libro.