En homenaje a las mujeres

Hoy, día 8 de marzo de 2023, mientras escribo estas líneas para recordar a todas las mujeres artistas, científicas, escritoras, poetisas y filósofas, se está celebrando en todo el mundo el día internacional de la mujer. A lo largo de la historia, el papel de la mujer en esta ha sido aciaga. Considerada inferior al hombre, tanto física como intelectualmente durante siglos, por suerte esta visión empezó a cambiar hace algún tiempo y aunque a día de hoy aún no hay una plena igualdad de derechos, esperemos que con el paso de los años la igualdad total entre hombres y mujeres sea una realidad. Ahora paso a considerar el papel que algunas mujeres han desarrollado a lo largo de la historia. En mis lecturas me conocido a varias escritoras sin cuyos libros la historia actual de la literatura no podría concebirse. No me refiero exclusivamente a su papel como activistas en favor de los derechos de las mujeres, sino a su labor como artistas. Pienso, y estoy acudiendo a mi memoria, en la poetisa Safo de Mitilene, que inventó el amor en la literatura, en una de las primeras escritoras del Japón Murasaki Shikibu con su monumental historia de Genji, considerada la primera novela moderna de la literatura, esto es, de carácter psicológico. Hasta el siglo XIX en Europa con la obra de Proust no se haría algo igual. Recuerdo la obra de Sei Shonagon y su libro de la almohada, diarios que nos recuerdan a las mejores páginas de los de los hermanos Goncourt o los de Gidé. En la literatura anglosajona, que es la que mejor conozco, hay infinidad de escritoras que han destacado. Hablo de Virginia Woolf, de Mary Shelley, cuya obra Frankenstein me parece la cúspide del romanticismo inglés en cuanto a novelas, de su madre Mary Wollstonecraft, activista feminista a favor de los derechos de las mujeres en Gran Bretaña. Al otro lado del charco, en los Estados Unidos, me vienen a la mente los nombres de Harper Lee, de Harriet Beecher Stowe y de la gran desconocida Edna Ferber. Fuera de las letras inglesas destacar, por ejemplo, la gran trayectoria de Marguerite Yourcenar o de Selma Lagerlöf, la primera mujer en recibir el Nobel de Literatura. A Borges le preguntaron cuál era el cuento más memorable que había leído y en primer lugar colocó el cuento de una mujer, May Sinclair, cuyo relato “donde su fuego nunca se apaga” el autor argentino elogió por su descripción de lo que es el infierno. En el idioma español no cabe olvidar los nombres de Santa Teresa de Jesús o de la gran poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. Fuera del ámbito de la literatura, me remito a pensadoras de la talla de Hipatia, la mayor filósofa de la antigüedad, hasta las más actuales Simone de Beauvoir, Julia Kristeva o Judith Butler. La hija de Lord Byron, Ada Lovelace fue una matemática de tal genio que le llevó a diseñar los algoritmos de lo que son los ordenadores actuales.

En cuanto a la consideración de la mujer en la historia por parte de los hombres, no todo han sido juicios negativos. Básteme citar dos casos memorables: el de Cornelio Agrippa, que sostuvo la superioridad moral y teológica de la mujer sobre el hombre; y el de John Stuart Mill, que defendió el derecho de las mujeres al voto.

En los innumerables libros que he leído, he notado una diferencia esencial entre los hombres y las mujeres a la hora de escribir. La mujer escritora, por lo general, se vuelve hacia su mundo interior, y ese cosmos vívido lo refleja en su descripción del mundo externo. Los versos más memorables de Emily Dickinson:

“Parting is all we know of Heaven

And all we need of hell”

Tal vez sean inconcebibles para la mente masculina. El espíritu del hombre, y hablo de los escritores clásicos, busca la conexión con la divinidad y la trascendencia, pero dejando de lado el mundo de los sentidos. La concepción de la mujer es más inmanente, llegar a la divinidad a través de la creación, una visión más spinozista y que concuerda mejor con la realidad actual.

En cuanto al papel de inspiración de las mujeres en la literatura y en la historia, resulta casi innecesario nombrarlo. Dante no habría escrito la Divina Comedia si no hubiese conocido a Beatriz; Petrarca no habría escrito su cancionero si no hubiese conocido a Laura; todo el Quijote gira en torno al amor perfecto de Alonso Quijano por Dulcinea, cuyo nombre real es Aldonza Lorenzo; la lástima que sentimos cuando el protagonista “entregó su espíritu, quiero decir, que se murió” no sería la misma sin la figura de Dulcinea. Hasta “lo eterno femenino” de Goethe que salva al hombre del infierno, y a la humanidad entera de la destrucción, sería inconcebible sin el rol salvífico de la mujer.

Los más bellos versos de poesía han sido escritos inspirados en su mayoría por la figura de la mujer. Tres temas hay que circunscriben la literatura: el amor, Dios y la muerte, cada cual más insondable e inconcebible. Esta Trinidad conforma los temas secundarios como la redención, el dolor, el sufrimiento, el problema del mal o la existencia de la justicia.

Discúlpeme el lector o la lectora de estas líneas por haber olvidado a alguna mujer ilustre. Ahora que estoy terminando de escribir esta reseña, pienso en las hermanas Brontë, pero seguro que la curiosidad del ávido lector hallará ausencias notables. Intentaré compensar esas faltas con este poema de Edgar Lee Masters:

Ana Rutledge

Oscura, indigna, pero salen de mí
Las vibraciones de una música eterna:
«Sin rencor para nadie, con caridad para todos».
En mí el perdón de millones de hombres para millones
Y la faz bienhechora de una nación
Resplandeciente de justicia y verdad.
Soy Ana Rutledge que reposa bajo esta yerba,
Adorada en vida por Abraham Lincoln,
Desposada con él, no por la unión
Sino por la separación.
Florece para siempre, oh república,
Del polvo de mi pecho.

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