Historia natural del alma

Este libro de Laura Bossi, neuróloga milanesa y especialista en neurociencia, es de una erudición digna de una amante de los libros y las letras. Su formación científica se deja ver a lo largo del ensayo, ya que la tesis principal de la autora es que el concepto de alma ha desaparecido, tanto en la filosofía actual, de corte analítico, que la considera como mera superchería y vana metafísica, como en la literatura y el psicoanálisis. Hoy en día todo está centrado en la noción de cuerpo. Bossi hace un recorrido por la idea del alma desde los antiguos griegos, destacando sobre todo la teoría platónica, que separa radicalmente el alma del cuerpo, una tesis completamente dualista e idealista que heredará Descartes, con la tesis aristotélica más materialista, que define el alma como la forma del cuerpo que tiene la vida en potencia. Por eso en Aristóteles el alma no es inmortal, sino que muere con el cuerpo. Lo que sobrevive para Aristóteles es el intelecto agente, inmortal y eterno y que algunos comentadores han equiparado con Dios, en concreto Alejandro de Afrodisia. El Estagirita distingue tres almas, la vegetativa, la sensitiva y la racional. Ya Platón había distinguido tres partes en el alma, la concupiscible, la irascible y la racional. Plotino será un fervoroso defensor de la inmortalidad del alma y de la idea de la metempsicosis que Platón heredó de su maestro Pitágoras. En el Renacimiento Pomponazzi atacará la idea de alma inmortal y con argumentos racionales afirmará su mortalidad. Para Cardano sólo el entendimiento puede sobrevivir, no el alma ni nuestra individualidad. Desde perspectivas más científicas y estrictamente biológicas, Bossi mantiene que con la teoría de la evolución de Darwin se da pie a reflexionar sobre la doctrina bíblica de que el hombre es como las bestias y que cuando muere vuelve al polvo del que ha sido formado (Eclesiastés 3:19-22) Para algunos escolásticos, los animales son inmortales en cuanto especies, pero no de forma individual. Schopenhauer afirmaba que el individuo es tan sólo una apariencia, que va cambiando de máscaras, pero cuyo ser original es la Voluntad, que se encarna en la materia y quiere vivir más allá. La voluntad de vivir es la esencia de los seres que componen el universo, cuya fábrica es obra de la Voluntad. Haeckel, seguidor de Darwin, defiende un panteísmo de corte materialista. Weismann sostiene que la inmortalidad está en la célula. La autora también se plantea algunos dilemas sobre bioética, el problema de la relación mente-cuerpo, los transplantes, la muerte cerebral, la cuestión de la resurrección y de la identidad personal. Parece que el cerebro es el soporte físico de la mente, lo que hasta la Edad Moderna se concebía como alma racional. Si el cerebro se daña, nuestras capacidades cognitivas se ven mermadas. Según la promesa bíblica, cuando resucitemos ¿cómo lo haremos? ¿con nuestro cuerpo? ¿con nuestras facultades mentales intactas o con el daño cerebral irreversible que nos condujo a la muerte? ¿con qué edad? Estas cuestiones pueden parecer irrisorias para el lector actual, descreído de la teología y de la inmortalidad, pero atormentaron a teólogos de los primeros siglos como Orígenes y Tertuliano y angustiaron a un pensador de la talla de Unamuno.

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