Cumbres borrascosas

Hace unos pocos días tuve el gusto de conocer a una profesora de literatura inglesa de mi universidad, cuyo tema de investigación es en esencia las hermanas Brontë, y en especial la novela cumbres borrascosas. Esta reseña tratará de ser mi pequeña aportación a la infinita cantidad de estudios, tratados e investigaciones que se han hecho de esta novela clásica. Espero que mi visión de este libro la ayude a tener nuevos puntos de vista, pues todo conocimiento es infinitamente perfeccionable y las interpretaciones de un mismo texto pueden llegar a ser inagotables.

No me centraré en la trama de la novela. Dejo al ávido lector que se sumerja en sus mágicas páginas y desenrede el intrincado argumento. Más bien me ocuparé de la historia de amor entre los dos principales personajes de la novela, Catherine y Heathcliff, y en las interpretaciones que se han dado a esta relación. En una carta a un amigo, Dante Gabriel Rossetti, refiriéndose a esta novela, escribe que la acción acontece en el infierno, aunque los lugares tienen nombres ingleses. En un principio, el amor no correspondido de Catherine hacia Heathcliff hace que este la odie, al preferir casarse con Edgar. La venganza de Heathcliff es clara. Casarse con Isabella, la hermana de Edgar, para hacerla desgraciada. ¿Es la relación entre Catherine y Heathcliff un sentimiento espiritual más allá del amor carnal?  En mi humilde opinión creo que sí. Platón, en el Banquete, analiza la naturaleza del amor. En Eros pone el origen de la vida, es el deseo sexual lo que sostiene la especie. Pero hay un amor más elevado, ágape, del que habla Jesucristo cuando nos exhorta a que amemos a nuestros enemigos. Lo que creo que mejor se deja entrever en la novela es la dialéctica amor/odio. Rudolf Otto, en su magnífico ensayo lo santo dice que hay un elemento demónico en la novela. Recuerdo ciertas escenas de la duquesa de Malfi, de Webster, en las que las naturalezas demónicas hacen su aparición. Goethe, en su obra poesía y verdad, habla de cómo llegó a controlar su lado oscuro y demoníaco. John Donne tiene un verso donde dice que “Loves misteries in soules doe grow, butyet the body is his booke”. Todo en el libro nos muestra que hay una fuerza superior que quiere abrirse paso a través de la materia, que quiere perpetuarse más allá de la muerte. En la Biblia se dice que la rebelión de los ángeles se debió a que sintieron deseo por las mujeres que vieron en la Tierra, y haciéndose cuerpos, tuvieron relaciones y engendraron a los gigantes. En la primera carta de Juan, 5:19 dice literalmente el texto: “sabemos que nos originamos de Dios, pero el mundo entero está yaciendo en poder del Maligno”. Georges Bataille, en su maravilloso ensayo la literatura y el mal analiza la novela de Emily Brönte como una lucha entre el amor y la muerte, donde el amor sólo puede triunfar a través de ésta. Esto es significativo ya que la muerte es fruto del pecado de la primera pareja paradisíaca. En el paraíso perdido, Milton describe un infierno inmanente: “which way I fly is hell, myself am hell”. André Gide, en una de las páginas de su diario escribe que el infierno debe ser el seguir pecando sin querer. Cioran, en una anotación de sus cuadernos, dice que el infierno es no poder olvidar. El estudio de Bataille me parece insuperado, aunque estoy seguro que al relacionar la pareja amor/muerte tenía en mente el último verso del último de los sonetos de Ronsard, que dice “el amor y la muerte son al cabo lo mismo”. ¿Es Heathcliff un demonio? ¿Desearía yacer con Catherine? ¿Habría leído Emily Brontë la obra de Vigny Eloa, en la que se describe como un ángel se enamora de Lucifer? Me aventuro a decir que no, pero a veces en literatura los paralelismos existen. Tampoco sé si Emily Dickinson se vio influenciada por la lectura de la novela de Emily Brönte al componer los que tal vez sean sus versos más famosos:

“Parting is all we know of Heaven

  and all we need of Hell”

  Hay infiernos en la literatura más vívidos que el descrito en cumbres borrascosas. Pensemos en la Divina Comedia, en Paolo y Francesca, o en los infiernos de Swedenborg, que cada uno elige de forma voluntaria, no como un castigo de ultratumba. Pero no creo que haya un infierno escrito con más pasión que este. Sólo se me viene a la mente un infierno más horroroso, el de May Sinclair, en su relato where their fire is not quenched. Me atrevo a decir que cumbres borrascosas es, bajo mi punto de vista, la mejor novela que he leído escrita por una mujer, tal vez con la excepción de Mary Shelley y su Frankenstein. Ann Radcliffe abrió el camino, Jane Austen lo continuó. George Eliot escribió la que es la mejor novela británica según la opinión popular, Middlemarch.

Innumerables son las influencias de Emily Brontë para la escritura de esta maravillosa historia, desde las tragedias griegas hasta algunas obras de Shakespeare y Milton, los héroes de Byron y algunos pasajes de las obras de Scott para la descripción de los páramos y la naturaleza destructora.

Virginia Woolf puso cumbres borrascosas por encima de Jane Eyre, la obra maestra de Charlotte Brontë. John Cowper Powys, hombre extremadamente religioso, dijo que Emily Brontë tenía “a tremendous vision”.

G.H Lewes, poco después de la muerte de Emily Brontë, habló del carácter moral de la obra. Desde el punto de vista religioso, como ya he apuntado tangencialmente, Heathcliff vive literalmente en el infierno tras la muerte de Catherine. Como en el poema the blessed damozel de Rossetti, donde una doncella espera eternamente a su amado desde el cielo, pero este no podrá jamás estar con ella, pues ha pecado y sufre los tormentos del infierno. Ya Tennyson diría que de qué sirve el cielo si tus seres queridos están en el infierno.

Ya en el siglo XX, las críticas han sido extraliterarias. La de Simone de Beauvoir, desde una óptica feminista, señala el inconsciente ideológico de que la mujer está sometida y el hombre es libre. Por otra parte, Eagleton, marxista declarado, hace un estudio de la imposibilidad de mantener relaciones sexuales entre los dos protagonistas, pues son medio hermanos y tendrían la concepción del incesto.

Emily Brontë fue una de las primeras mujeres escritoras de la historia de la literatura en Occidente. Ya en el siglo XX otras grandes escritoras como Selma Lagerlöf, primera mujer ganadora del Nobel, o Marguerite Yourcenar se abrirían paso.

Pienso en la frase final que cierra la novela, “the sleepers on that quiet earth”, y sólo me viene a la mente el terceto final del que según Dámaso Alonso es el mejor poema de amor de la literatura española. Hablo, como no, de amor constante más allá de la muerte, de Quevedo.

“Su cuerpo dejará, no su cuidado;

Serán ceniza, más tendrá sentido;

Polvo serán, más polvo enamorado”.

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