Las demostraciones de la existencia de Dios según Leibniz

Debo disculparme con mis lectores habituales por no estar tan activo como antes y publicar una reseña semanalmente, pero he de informarles que estoy cursando la carrera de filosofía, lo que me quita mucho tiempo para leer los libros que más me atraen, esto es, de literatura clásica. Por otro lado, estudiar esta carrera me está sirviendo para conocer más en profundidad aspectos de la filosofía que sólo conocía tangencial y muy superficialmente. El presente libro que voy a reseñar es un estudio pormenorizado de las distintas demostraciones de la existencia de Dios según Leibniz, que es uno de los filósofos más importantes de la historia del pensamiento occidental y uno de los máximos exponentes del racionalismo continental.

Leibniz fue el primer filósofo al que me acerqué en mi juventud y el primero que leí con admiración y sorpresa. Sin saber cómo, en una edición de bolsillo, me sumergí en la monadología y el discurso de metafísica y cuando hube terminado su lectura, me sentí realmente fascinado. Para Leibniz Dios es el elemento central de su sistema. Las pruebas de su existencia se dividen clásicamente en dos, las a posteriori y las a priori. El argumento cosmológico que ya emplease santo Tomás de Aquino infiere la existencia de una divinidad de los efectos que contemplamos en el mundo físico. Este nos remite a una causa suprema, que está fuera del mundo y que no forma parte de la serie de seres contingentes que componen el mundo. En una definición simple, este argumento postula que si existe algo, Dios existe. El argumento a priori por excelencia es el ontológico, tomado de san Anselmo y Descartes, pero renovado sustancialmente. Para Leibniz, si Dios es posible, esto es, si no hay contradicción interna entre sus atributos, este existe necesariamente. Más tarde Kant, en la crítica de la razón pura, destruirá este argumento diciendo que la existencia no es un predicado, y desmontará cualquier tipo de prueba a favor de la existencia de Dios. Luego se siguen una serie de argumentos que derivan de estos dos tipos: el de las verdades eternas, el de la armonía preestablecida y el argumento modal. El de las verdades eternas presupone un orden a partir de las ideas de Dios, que crea el mundo en virtud de su entendimiento. Como Leibniz repite en infinidad de ocasiones, en el entendimiento divino se encuentran las esencias o posibilidades, y en la voluntad divina están las existencias. El argumento de la armonía preestablecida tiene como base el orden que se da en el universo, pero Leibniz concibe las mónadas como sustancias incomunicadas unas con otras, por lo que Dios las ha organizado para que se compenetren desde un principio. Este principio demuestra la existencia de Dios. Voltaire todavía consideraba este argumento como una prueba irrefutable de la existencia de la divinidad y Kant se admiraba al ver la belleza de la prueba físico-teológica. El argumento modal es una derivación del argumento ontológico. Recomiendo a todo aquel apasionado de la filosofía que se sumerja en este asombroso volumen, pues quedará impresionado de ver la portentosa inteligencia del genio de Leipzig.

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