En estos tres ensayos Santayana hace uso de su magistral genio y erudición. Lo que Santayana trata de explicar es que también la literatura ha dado filósofos, o dicho de otra manera, que la literatura también es otra forma de pensar y de hacer filosofía. El primero de los autores analizados es Lucrecio, poeta romano autor de la famosa obra De rerum natura, que es una defensa de las tesis de su maestro Epicuro. El poema es de una belleza inagotable. En sus grandiosos versos Lucrecio nos anima a no temer a los dioses, pues estos son bienaventurados y no se inmiscuyen en la vida de los hombres. Tampoco hemos de temer a la muerte, pues se trata de la ausencia de sensaciones, y todo dolor está causado por la sensación. Así, la muerte sería el descanso eterno, la eternidad que seguirá después de que hayamos muerto, al igual que existía antes de que naciéramos. Lucrecio exalta la materia como divina, y de alguna manera también la Naturaleza tiene algo similar a los dioses, pues rige su imperio sin necesidad de acudir a estos. Nada nace de la nada y nada se pierde en la nada, por lo que la muerte es un reingreso en la Naturaleza. Todo está compuesto de átomos y vacío. Lucrecio introduce el concepto de clinamen para salvar la libertad humana y librar al hombre del determinismo en el que lo había colocado Demócrito. Este concepto lo toma de Epicuro.
Dante es el poeta cristiano por excelencia. Su filosofía consiste en una síntesis de las tesis de Aristóteles mezcladas con las enseñanzas de Tomás de Aquino. La parte más famosa de su obra, el infierno, ha pasado a la posteridad como una de las mayores creaciones literarias de la historia universal. En el pórtico donde se lee, “los que aquí entréis, perded toda esperanza” se ha hecho dogma de la Iglesia católica. En efecto, el infierno es eterno según la doctrina y es un lugar real. Sin embargo, no todos los teólogos coinciden con esta visión. Orígenes creía que las penas del infierno eran temporales, y que todas las criaturas se reunirían en Dios al final de los tiempos, en la apocatástasis final o conflagración universal. Del mismo parecer es Papini, que sostuvo que en su infinita misericordia Dios perdonará a todos los condenados, incluido el diablo, que es también una creación divina aunque deficiente.
El Fausto de Goethe trata precisamente está doctrina del mal que hace el diablo, pues según el pensamiento del escritor alemán, el mal que hace el diablo siempre contribuye a un bien. Mefistófeles es el espíritu negador que quiere destruir la creación divina y que todo vuelva a la nada, pues según sus propias palabras, “todo lo que nace no vale más que para perecer, por eso sería mejor que nada surgiera” Al final Fausto se salva por el amor intercesor de Margarita, y Mefistófeles pierde su apuesta. En contraste con este final, compare el ávido lector con el final del Fausto de Marlowe, trágico donde los haya y que se repetirá con las obras de Tirso de Molina el convidado de piedra y con el don Juan de Moliere.