En este nuevo libro de ensayos de Nuccio Ordine, uno de los mayores expertos del Renacimiento y de la obra de Giordano Bruno, nos guía por las distintas obras clásicas de todos los tiempos para salvaguardar el valor del conocimiento y la cultura. Los clásicos son los defensores de la moralidad y de los principios frente al consumismo capitalismo que invade nuestros días. Así, leer un determinado libro puede cambiar nuestras vidas para siempre. Borges decía que se jactaba de las páginas que había leído, no de las que había escrito. Leer posiblemente sea una actividad posterior, más seria, más intelectual, que escribir. Algunos de los textos que emplea Ordine en el libro para defender sus tesis son clásicos muy conocidos, otros tal vez no tanto. De esta forma nos adentramos en las bellas páginas de Saint-Exupery, en las que bellamente escribe que el amor nada tiene que ver con el delirio de la posesión. El amor no hace sufrir. Lo que hace sufrir es el instinto de propiedad, que es lo contrario al amor. También leemos las bellas palabras de Shakespeare sobre la música en su obra el mercader de Venecia. Luego pasamos a las cartas sobre la locura de Demócrito, escritas por Hipócrates, donde se censura que la incontenible avidez de ganancias materiales es lo que puede conducir al hombre a la tristeza y a la locura, pues se trata de una grave enfermedad. El tema de la locura lo trata Ludovico Ariosto en su obra más representativa el Orlando furioso, donde en la luna están todos los deseos no realizados en la tierra y Astolfo se encuentra con la misión de recuperar el juicio perdido de Orlando. En el Banquete, Platón establece que el saber no es un don de los dioses, sino una laboriosa conquista. En los Buddenbrook, Thomas Mann sostiene que el ser humano debe emprender negocios que le permitan dormir de noche, esto es, que se atengan a los principios morales. Maquiavelo decía que la lectura de los clásicos nutría su mente. Marguerite Yourcenar, en sus memorias de Adriano, dice que fundar bibliotecas equivale a construir graneros públicos. Goethe, en su obra maravillosa los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, se hace una pregunta realmente interesante. ¿Es realmente inútil aquello que no nos procura un beneficio?. Nazim Hikmet, en su obra tal vez mi última carta a Memet, nos aconseja que no vivamos en la Tierra como un inquilino. “Cree en los granos, en la tierra, en el mar, pero ante todo, en el hombre”. En el Hacedor, Borges hace una magia geográfica. Que un mapa de una región coincida con la región misma. Giordano Bruno, en la cena de las cenizas nos aconseja que lo importante no es ganar la carrera, sino correr bien. Rilke, en sus poemas, defiende la tesis de que el lenguaje es terrible porque lo describe y lo expresa todo. Las palabras pueden matar las cosas. Dickens, en su canción de Navidad, nos enseña una valiosa lección: que nosotros forjamos nuestras cadenas y nosotros podemos romperlas. Algo similar hace Torquato Tasso en su Jerusalén liberada, ya que nuestra suerte nos la buscamos nosotros mismos.