Este ensayo de Whitrow, matemático y cosmólogo, es una muy buena introducción al estudio del tiempo desde el punto de vista histórico y del pensamiento. El autor comienza desde la prehistoria hasta llegar al siglo XX, haciendo un análisis que también podría considerarse de sociológico. En la prehistoria los seres humanos eran conscientes de la sucesión de día y noche y de las estaciones, pero no tenían ningún concepto lineal de tiempo. En Egipto, la primera civilización estudiada por el autor, se representaba el tiempo de forma cíclica, con el curso del río Nilo. En Babilonia, una vez que pasó a ser parte del imperio persa, destaca la doctrina del zurvanismo. Zurvan es la representación del tiempo y el destino, dios omnipotente y eterno que engendra a los dos dioses que son la imagen del bien y del mal. Ormuz, principio de luz, y Ahriman, principio de la oscuridad. Al final de los tiempos, Ormuz vencerá a Ahriman. En Grecia el concepto de tiempo se desarrollará de una forma más profunda. Chronos es el dios alado del tiempo, que simboliza la destrucción. Desde el punto de vista filosófico, Parménides negará el cambio y el movimiento, y por lo tanto el tiempo para defender la existencia de un ser eterno que vive en el presente. Platón asimiló el tiempo con el nacimiento del universo, como cosmos ordenado. Para él el tiempo es “la imagen móvil de la eternidad” que el demiurgo ha impreso en la materia caótica para darle orden y regularidad. Aristóteles se desmarcará de su maestro y dirá que el tiempo está principalmente asociado al movimiento y al cambio, y aunque no sean sinónimos, sí que participa de éste. El tiempo es “el número del movimiento según el antes y el después”. En la difícil cuestión de si existiría el tiempo sin un alma que lo numerase, Aristóteles responde negativamente. Los estoicos, por otra parte, siguiendo las doctrinas de Heráclito, defienden la tesis del eterno retorno, ya predicada por Pitágoras. Todo lo que ha sido una vez volverá a ser el mismo orden. En el cristianismo y anteriormente en el judaísmo se describe por vez primera la existencia de un tiempo lineal. Hay un fin del tiempo y un fin de la historia con la venida de Cristo. Esto puede verse perfectamente en las tesis de san Agustín y su obra la ciudad de Dios.
Durante la Edad Media destaca la invención de los relojes mecánicos para medir el tiempo, mucho más exactos que los de sol o que las clepsidras. Ya en la edad moderna, el universo se asimilará a una gran máquina. Isaac Barrow, el maestro de Newton, define el tiempo como sólo constando de duración, igual en todas sus partes y que se puede concebir como la adición de instantes sucesivos o el flujo continuo de un instante. Newton hablará del tiempo absoluto sin relación con nada externo. Leibniz, su rival, defenderá una tesis relacional. El tiempo no es nada fuera de la cosas y del orden de sucesión de los acontecimientos.
En el siglo XVIII se hablará del tiempo como noción del progreso indefinido de la humanidad. Pero la gran revolución llegará en el siglo XX con las tesis de Einstein. El tiempo se curva con la gravedad y forma una única entidad con el espacio. Tiempo, espacio y materia son inseparables. En la actualidad la física teórica habla de la posibilidad de viajes en el tiempo. Esperemos que algún día esa posibilidad sea una realidad y no una simple historia, como el relato de Wells.