Joseph Conrad está considerado uno de los novelistas más importantes de la literatura inglesa. Mezcla de realismo y modernismo, sus páginas pueden llevarnos hasta las memorables historias de Dickens, pero se trata de autores muy distintos. Dickens siempre propone un final feliz, o deja una esperanza a sus personajes. Conrad, por el contrario, suele terminar sus libros en forma de tragedia, con la muerte y la desesperación como principales protagonistas de la trama. En esta novela, bajo la mirada de Occidente, que he leído plácidamente en el curso de tres días, Conrad deja de lado el argumento del mar y la navegación para sumergirnos en la historia de la revolución rusa. Los críticos han dicho que esta novela es una respuesta a la famosa crimen y castigo de Dostoievsky, pero lo cierto es que Conrad detestaba la literatura rusa, y al único escritor ruso que admiraba era a Turgueniev. El argumento de la novela es bastante sencillo. Victor Haldin, revolucionario ruso, ha matado a un político con una bomba y se refugia en casa del estudiante Razumov, al que le confiesa su crimen. Razumov se compromete a ayudarle para que pueda escapar, y lo deja alojado en su apartamento mientras va en busca del correo que llevará a Haldin fuera de Rusia, al anochecer. Razumov encuentra al contacto de Haldin completamente borracho y dormido, y le da una paliza, pero no consigue despertarlo. Desesperado, y sin saber qué hacer, se dirige a los autoridades para delatar a Victor Haldin. Luego vuelve a su apartamento y deja que Haldin se vaya. Al poco tiempo descubre que Haldin ha sido detenido, torturado y ejecutado por su crimen. Después de que tengan lugar estos acontecimientos, decide trasladarse a Ginebra, donde toma contacto con el círculo revolucionario al que Haldin pertenecía. Resulta que Haldin tenía en gran estima a Razumov, por lo que se puede deducir de sus diarios. Todo el mundo venera a Razumov por sus ideas y su pensamiento, y por haber ayudado a Haldin. Nadie sospecha de que fue él quien delató a su líder. Entonces Razumov conoce a la hermana de Haldin y a la madre de éste, que se encuentra totalmente devastada tras conocer la muerte de su hijo. Todo se complica cuando Razumov se enamora de la hermana del hombre al que traicionó, y su conciencia empieza a jugarle malas pasadas. El remordimiento aparece, y como en crimen y castigo, la conciencia se convierte en su principal enemigo. Razumov conoce a Tekla, una joven abnegada que trabaja para el círculo de los revolucionarios rusos en Ginebra, y ésta le promete que cuidará de él si alguna vez lo necesita. Definitivamente Razumov se desmorona y confiesa su culpabilidad a la hermana de Haldin, diciéndole que al traicionar a Victor se traicionó a sí mismo. Finalmente acude al círculo de los revolucionarios y admite que fue él quien hizo que detuviesen a Haldin. En un arrebato de ira, uno de los revolucionarios llamado Nikita le hace estallar un proyectil en sus oídos y deja sordo a Razumov, que es atropellado por un tranvía al no escucharlo llegar. Tekla se hace cargo del pobre sordo y lisiado, y la hermana de Haldin se dedica al voluntariado mientras que el narrador de la historia, un joven profesor de idiomas, nos revela que no hay redención en la confesión de Razumov.
Conrad era pesimista y no creía en la salvación del hombre. “No hay necesidad de creer en una fuente sobrenatural del mal; el hombre por sí solo es capaz de cualquier maldad.”. Sin duda Conrad es uno de los mayores psicólogos y conocedores de la psique humana.