Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski.

En este breve libro de ensayos, Stefan Zweig nos transmite sus pensamientos acerca de tres grandes titanes del siglo XIX, los que él considera los más importantes en cuanto a la totalidad de su obra: Balzac, Dickens y Dostoievski. Sabemos que hay novelas de Víctor Hugo más memorables que las de Balzac o Dickens, pero Hugo no creó un mundo como hicieron éstos.

 

Balzac es el autor de la comedia humana, una serie de libros que describen la vida parisina con la exactitud de un cirujano. Lo cierto es que Balzac creó arquetipos inmortales que aún hoy día perduran en nuestra conciencia: Vautrin, Rastignac, Rubempré, todos ellos presos de sus pasiones en un mundo donde lo material se impone a lo espiritual. La ambición es la gran protagonista de las novelas de Balzac, y junto a ella, el ansia por la posesión del dinero. Balzac conocía las tesis de Cuvier y la química de Lavoisier, y describe con precisión científica a toda una serie de personajes que pueblan sus novelas.

 

 

Dickens es el gran escritor de la época victoriana por excelencia, y nadie ha sido tan amado por el pueblo ni tan conocido como él. Sus novelas, que él iba publicando en capítulos una vez al mes, tenían en vilo a las masas. Su descripción de la miseria de los más desfavorecidos está en la retina de todos. Él mismo experimentó la pobreza durante su infancia. Es el escritor del pueblo y para el pueblo, y en sus novelas siempre hay un fondo de optimismo y una defensa de la clase media, esto es, de la burguesía que se iba abriendo camino en aquellos tiempos.

 

 

Dostoievski es el tercer escritor que analiza Zweig y al que más páginas dedica en este delicioso ensayo. Nadie como él ha estudiado con tanto acierto las pasiones humanas, salvo tal vez el gran Shakespeare. Pero Shakespeare es un psicólogo de la carne, mientras que Dostoievski lo es del espíritu. Su enfermedad, la epilepsia, le llevó a buscar la redención a través de sus personajes. Es bien sabido que estuvo a punto de morir fusilado y que justo antes de su ejecución le conmutaron la pena por cumplir trabajos forzados en Siberia. Este hecho le determinó. Siempre vivió con deudas. Escribió el jugador en tres semanas para saldar una cuenta que había contraído. Su objeto era lo eterno y lo infinito. En él se dan las contradicciones que todo gran escritor debería tener. Amor y odio, duda y fe. Los prototipos que ha dejado en la literatura son ahora inmortales. Bástame citar a Raskolnikov, al príncipe Miskyn, a Aliosha y a Iván Karamazov, entre otros muchos. Para él la redención estaba en Rusia, y suele identificar a Rusia con Dios. Lo cierto es que todas sus novelas son tragedias, pero con un fin divino. Que ante todo hay que amar a Dios y a la humanidad. “A pesar de todo, la vida es bella”, decía Goethe. Con este epigrama podemos resumir el fin de las obras de uno de los mayores genios que ha dado la literatura universal.

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