En 1902 tuvo lugar un acontecimiento literario en las letras españolas. Ese año se publicaron cuatro novelas: la voluntad de Azorín, Sonata de otoño de Valle Inclán, Camino de perfección de Pío Baroja y Amor y pedagogía de Unamuno. Estas cuatro novelas eran una respuesta al estilo naturalista que se había impuesto durante todo el siglo XIX con las obras de Zola, entre otros. La voluntad es un experimento como novela, pues no tiene el contenido normal de planteamiento, nudo y desenlace, sino que es una recopilación de datos en torno a la España de la época. Azorín, el personaje principal, es un personaje intelectual y abúlico, que no consigue actuar. Su maestro Yuste le ha enseñado a filosofar y a pensar por sí mismo. Azorín ha estudiado con su maestro a todos los grandes filósofos, Aristóteles, Platón, Spinoza, Kant, Hegel… Se da cuenta de que sus planteamientos son siempre los mismos – los límites del conocimiento humano y la imposibilidad de conocer la realidad última – Es interesante cómo Yuste, poco antes de morir, admite que no sabe si la causa primera es trascendente o inmanente al universo. De alguna manera hace suya la doctrina de Spinoza de que la sustancia permanece mientras los fenómenos pasan. También el eterno retorno de Nietzsche es citado como posible teoría de explicación del universo. Los átomos de Lucrecio danzan en el infinito y crean este mundo, uno de los miles que pueden existir en el universo. Azorín está enamorado de Justina, pero ésta tiene una fuerte influencia cristiana que le hace meterse a monja. Como es habitual en Azorín, no hace nada para cambiar esa situación y acepta su destino. Digámoslo claro. Azorín es un fatalista que cree en un determinismo ciego y universal. Cuando su maestro y Justina mueren, se traslada a Madrid para hacer vida de intelectual, conocer gente y charlar en las tertulias literarias. Pero pronto se cansa de esta vida y finalmente abandona la capital para volver a Yecla. Me he sentido identificado con el personaje de Azorín cuando éste dice que lo ha leído todo y que todo lo ha filtrado a través de los libros. Como Borges, mi vida está podrida de literatura, de poesía, de historia y de filosofía.
El libro describe muy bien la vida de provincias y el fenómeno de la religión católica en España. El poder de la Iglesia en aquellos tiempos era prácticamente infinito. Ante este panorama se alza un librepensador como Azorín, que no nos deja claro si cree en Dios o siquiera en el Ser de Parménides. Sus lecturas le han llevado a un escepticismo sano y moderado, que queda reflejado en la figura de Montaigne, este francés precursor de la modernidad, cuya apología de Raimundo Sabonde se ha convertido en un clásico de las letras francesas y aun de la literatura.
En definitiva, se trata de un libro de muy fácil lectura, pero en el que no hay desarrollo de caracteres ni descripción de situaciones, sino solamente el desarrollo de la conciencia fragmentada de los protagonistas, y aquí podemos ver un precursor del monólogo interior de Joyce, Faulkner o Woolf.