Es ésta la primera novela de Bioy Casares, con la que ya alcanzaría la gloria. Borges, en el prólogo a la novela, mantiene que la novela de aventuras se ha visto destinada al olvido, mientras que la novela psicológica ha llegado a su cumbre. Por este motivo alaba la obra de Bioy, que retoma la novela de aventuras con un toque de literatura fantástica. El argumento es bastante simple. Un hombre llega a una isla que cree desierta y trata de sobrevivir como puede. Parece que ha sobrevivido a un naufragio y podemos ver las correspondencias con Daniel Defoe y su Robinson Crusoe. Al contrario que el náufrago inglés, el protagonista no lee la Biblia ni parece creer en Dios. De repente empieza a visionar personas en la isla, en concreto una mujer, de la que descubre su nombre, Faustine. Poco a poco, el protagonista, cuyo nombre no se revela en toda la novela, empieza a enamorarse de Faustine, pero nunca llegan a hablar. Él se le declara pero ella no responde. Aparece con otro hombre vestida de deporte para jugar el tenis. Nuestro protagonista se extraña de que siempre hagan lo mismo y de que no contesten a sus palabras. Encuentra unos motores que parecen activar algún mecanismo oculto de la isla. Luego descubre que el hombre que acompaña a Faustine se llama Morel. Este nombre nos recuerda al protagonista de la novela de Wells, el doctor Moreau. Hay un cierto parecido, pero mientras Moreau experimenta con animales, Morel experimenta con conciencias. Así es. Todo lo que ha visto el protagonista es una ficción. Se trata de proyecciones de hombres y mujeres cuyas conciencias, o almas, han sido introducidas en fonógrafos y otros aparatos de diversa índole. Estos personajes viven una semana para repetir por la eternidad los mismos actos. Aquí Bioy renueva el tema del eterno retorno, ese que descubriría Nietzsche pero del que ya hablaron los pitagóricos y los estoicos, que Louis Auguste Blanqui razonó con maestría y que repetiría con música memorable Dante Gabriel Rossetti. También percibimos el eco del fantasma de Joyce. Efectivamente, si Faustine y los demás personajes que pueblan la isla sólo son entes proyectados, el único que existe es el protagonista. Así se llega a un solipsismo metafísico. Sólo el protagonista existe. Bioy retoma el bello tema del idealismo, que declara que el tiempo y el espacio, incluso los seres humanos, sólo somos ilusiones en un caos de apariencias y de que sólo existe la conciencia con sus contenidos. Berkeley razonó esto con innegable maestría y llegó al adagio de que ser es percibir, esse est percipi. Ya los hindúes creían que el universo es una proyección del Dios supremo o del alma. Ya Carlyle dedujo todo lo que conlleva la defensa del idealismo en su Sartor Resartus. Unamuno jugaría con la idea de que los personajes del libro son ficticios y de que sólo existen hasta que el autor así lo desee, como muestra en su novela Niebla. El autor, está claro, es Dios. El último deseo del protagonista es que inserten su conciencia en la de Faustine, para que ésta no lo olvide. Borges calificó el argumento de esta novela de perfecto. Octavio Paz secundó esta opinión. Yo no soy nadie para disentir de estas autoridades.