No hay hombre occidental que no provenga de la historia de Grecia y de Israel. En su paraíso recuperado, Milton opone a Jesucristo, defensor de las leyes hebreas, frente al diablo, que defiende la racionalidad y las artes griegas. El mito es el elemento más originario de la explicación de la naturaleza, y es el precursor de las religiones. Robert Graves nos desmenuza en este breve libro los mitos más importantes de la mitología más rica y más poderosa de todas las que pueblan la tierra: la griega. Sólo las metamorfosis de Ovidio llegan a obtener el nivel que alcanzan las páginas que Graves compone. Con admirable maestría narra las historias de los dioses y la perdición de los héroes. Así se conoce como está construido el palacio del Olimpo y cómo Zeus, Poseidón y Hades se repartieron el mundo. Zeus se quedó con el cielo del Olimpo; Poseidón con los océanos y el amplio mar; y Hades con el reino del inframundo. También narran estas bellas páginas la rebelión de los titanes que gobernaban el mundo antes de la ascensión de Zeus; la hija pérdida de Deméter, la bella Perséfone, que pasa medio año en el inframundo al ser la consorte de Hades, y otro medio año en la tierra.; el laberinto del Minotauro, del que Teseo logra escapar gracias al hilo de Ariadna; los doce trabajos de Hércules, a cada cual más difícil y la inmortalidad lograda por Heracles después de derrotar a la hidra de Lerna y de vencer a Cerbero; las aventuras de Jasón y los argonautas, en busca del apreciado vellocino de oro; la historia de Perseo, que logra matar a la medusa y hacerse con su cabeza para emplearla y convertir a sus enemigos en piedra, todo esto con la ayuda del casco de invisibilidad de Hades y la sabiduría de Atenea; la historia de Belerofonte, que logra cabalgar a Pegaso pero que cae desde las alturas al desafiar a los dioses por su hybris; Prometeo, que en su ayuda a los seres humanos les entrega el fuego sagrado, por lo que es castigado a permanecer atado a una roca y a que un buitre le coma el hígado que se le regenera cada día; el viaje al Tártaro, reino de Hades y de Perséfone donde se juzga a los muertos. Es interesante apuntar que ya los griegos distinguían entre un cielo, un infierno y una especie de purgatorio. El Tártaro está subdividido en tres regiones; en los campos gamonales se encuentran aquellas almas que no han hecho ni mucho bien ni mucho mal; detrás del palacio de Hades están las almas que han hecho el mal en el mundo; y en los campos Elíseos, cerca de la fuente de la memoria, para no perder su identidad, se encuentran los bienaventurados que hicieron el bien.
Europa es griega en sus raíces. No podemos considerar la Eneida de Virgilio sino como una extensión de la Ilíada y la Odisea de Homero; y la divina comedia no es sino la continuación de la Eneida. Roma es una extensión de Grecia, y Europa entera una prolongación de Roma. Coleridge advirtió que todos los hombres nacen platónicos o aristotélicos. Nuestra lógica, nuestra civilización, nuestro destino, viene de hombres que creían en la transmigración de las almas y en un Dios único. No en vano el cristianismo también ha bebido de las fuentes helenas para constituirse.