Otras inquisiciones

De toda la obra ensayística de Borges, creo que su obra maestra es la serie de ensayos que componen Otras inquisiciones. Es bien sabido que Borges publicó un primer libro titulado Inquisiciones, del que más tarde abominaría. En ese libro Borges habla de los temas que le interesaban a sus veinticinco años de edad. En otras inquisiciones, Borges ya no está influenciado por las tesis ultraístas de los años 20. Se puede decir que toda la literatura está contenida en las páginas del libro. Básteme recordar el ruiseñor de Keats, que sobrevive como arquetipo platónico a las variaciones del tiempo; el sueño de Coleridge, en el que Borges habla del sueño que tuvo Coleridge para componer su obra maestra Kubla Khan. En el ensayo la flor de Coleridge se plantea el problema del viaje temporal, ya anunciado en la obra de Wells, The Time Machine. En la obra inconclusa de Henry James The Sense of the Past también se viaja al pasado. Recordemos el dilema de Coleridge. “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que ha estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano, ¿entonces, qué?”. Borges juega con la magia de la literatura y la metafísica. En el ensayo de Nathaniel Hawthorne equipara la vida a una función de teatro, hecho ya predicado por Pitágoras y Platón. Addison lo dirá con una dulzura exquisita: “el alma, cuando sueña, es teatro, actores y auditorio”. La temática de que somos el sueño de alguien, y que ese alguien puede ser Dios, la emplea Borges en su cuento las ruinas circulares. También el Quijote es analizado y ponderado con astucia. El tiempo, la obsesión de Borges por excelencia, es observado en varios ensayos. El tiempo y J.W Dunne en el que se habla de una última serie infinita temporal, y en la que podemos combinar nuestros sueños en la eternidad a la manera que nos plazca. En la creación y P.H Gosse se habla de la contradicción de un principio temporal de la creación, de lo absurdo de una creación ex nihilo y por lo tanto de la eternidad del mundo, que ya defendieron Demócrito y Epicuro, el Vedanta y Spinoza y también Aristóteles.

 

Quizás el ensayo de mayor envergadura sea nueva refutación del tiempo, el que tiene más tintes filosóficos y metafísicos. En él se niega la realidad temporal haciendo uso de los argumentos de Berkeley y Hume para negar la materia y el yo, respectivamente. Negado un miembro de la serie temporal, que es idéntico a otro, queda destruido el concepto de tiempo. Los momentos se convierten en instantes discretos sin más realidad que la de su existencia presente. Es famoso el final de este ensayo. “El mundo, desgraciadamente, es real. Yo, desgraciadamente, soy Borges”.

 

Queda por citar el estudio que hace de Quevedo, al que designa el literato de los literatos y que compone una literatura en sí misma, como Joyce, Goethe o Shakespeare.

Queda el maravilloso ensayo de el culto de los libros, en el que cita la bella frase de Mallarmé: “el mundo existe para llegar a un libro”.

 

Decididamente, este es uno de los libros que más me atraen de Borges, y en el que demuestra su conocimiento como lector y su buen hacer como crítico.

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