No hay un solo día en el que no empleemos de alguna u otra manera la palabra optimismo. Con este epíteto caracterizó Voltaire la filosofía del inmortal Leibniz, llevando al nivel de parodia el pensamiento del autor alemán en su obra imperecedera Cándido (1759) A partir de este momento puede ser considerado Voltaire un filósofo con todas las letras. El final de Cándido: ”pero tenemos que cultivar nuestro huerto” es la mayor lección moral que exista”, le escribió Flaubert a Edmond de Goncourt. Éste era un detractor de Voltaire y un admirador de Diderot.
En sus cartas filosóficas escribe Voltaire sobre todos los temas que le interesan desde el punto de vista del pensamiento: la filosofía de Locke, admirado y reverenciado como el auténtico pensador que ha librado a la filosofía del influjo de Descartes; el arrianismo y su dogma de que el Padre es superior al Hijo, doctrina defendida por Newton y Milton; las ideas de Platón, que habitan en otro cielo pero que son las sustentadoras de la realidad; la eternidad de la materia, pensamiento sostenido por Demócrito y Epicuro que intentaban liberarnos del temor de los dioses. Tal vez la idea más controvertida sea la del origen del alma, en la que los padres medievales no se ponen de acuerdo y en la que Descartes afirma que su esencia es únicamente pensar. También es digno de mención el resumen que hace Voltaire de las ideas de Pascal, ese padre del existencialismo, precursor de Kierkegaard y al que Nietzsche denominó como el único cristiano lógico. Voltaire se detiene en la famosa apuesta de Pascal por la existencia de Dios, en la que defiende que creer en Dios es la mejor opción ya que si crees y Dios no existe no pierdes nada, pero si no crees y Dios existe, estás condenado por la eternidad.
En el diccionario filosófico son varias las entradas en las que Voltaire se explaya dando una lección de sabiduría y erudición. Cabe destacar la dedicada a la célebre frase de Pope, todo está bien, en la que el autor inglés confiesa que este es el mejor de los mundos, siguiendo en este pensamiento a Leibniz. Voltaire ridiculiza este pensamiento, pues la existencia del mal nos hace rechazar cualquier tipo de providencia sobre el mundo. El terremoto de Lisboa, en el que unas 50000 almas perdieron la vida, supuso un punto de inflexión en las teorías que hacían de este nuestro mundo el mejor. Como decía Borges, sin embargo, “un mundo que nos ha regalado a Voltaire tiene derecho a que se le considere el mejor.” Voltaire quería convertirse en digno sucesor de Corneille y Racine con sus tragedias, pero fue su alabada prosa lo que le dio la fama. En un estilo límpido y puro, usando las palabras exactas, como Flaubert haría un siglo después, Voltaire desprecia los párrafos infatigables de Montaigne y la prosa gótica de Rabelais. Flaubert definirá el estilo de Voltaire como “el arte de la brevedad”, y Stendhal como “un estilo saltarín.”
Más de doscientos años han pasado desde la muerte corporal de Voltaire, pero su prosa nos sigue proporcionando una felicidad continua y unas ideas partidarias de la tolerancia y de la diversidad de opiniones.