La lucha con el demonio

Este ensayo de Stefan Zweig trata sobre la biografía de tres personalidades que estuvieron atados a lo demónico. El poeta Hölderlin, que pasó más de 30 años recluido en la torre de Tubinga, afectado de una esquizofrenia catatónica, compuso algunos de los versos más elevados que ha creado la lengua alemana. No sin razón se dice que Hölderlin es el segundo mayor poeta de Alemania tras Goethe. Éste supo lidiar con sus emociones y siempre tuvo los pies en la tierra, pero Hölderlin vivía por y para la poesía. No estaba hecho para la vida cotidiana. Recordemos los versos más famosos del Patmos: “cercano está el Dios, y difícil es captarlo, pero donde habita el peligro, crece lo que nos salva.” Son palabras que expresan lo inefable de la poesía. Sólo un poeta que murió joven como Keats ha sabido captar la melodía del lenguaje de forma tan clara. También Verlaine hizo incursiones en ciertos ritmos verbales. Hölderlin estudió teología y filosofía y conoció a Hegel y a Schelling. De hecho se cree que fue él quien le dio la idea a Hegel de oponer los contrarios de Heráclito para crear su famoso método dialéctico.

Kleist murió a la edad de 34 años tras suicidarse. Su aislamiento hizo que pocos contemporáneos le conocieran. Se quitó la vida junto a Henriette Vogel, su amada, y son famosos los versos de su lápida: “ahora, inmortalidad, eres toda mía”. Zweig asegura que la forma de los que luchan con el demonio es la parábola, una línea que asciende hacia el infinito para luego precipitarse en los abismos de las tinieblas. Goethe, al contrario, poseía la forma perfecta del círculo, que se contiene a sí misma.

Nietzsche murió en 1900 presa de la locura que lo atormentaba desde hacía varios años. ¿Qué tienen en común estos tres personajes alemanes? Los tres acabaron perdiendo su lucha contra las fuerzas más elementales de su propio ser y fueron devorados por las pasiones. Hölderlin, en su Empédocles, concibe la muerte como único medio para alcanzar la divinidad. Kleist se suicida, como Mainlander, para alcanzar los restos de Dios que están vagando en la eternidad. Nietzsche destroza la moral cristiana y los valores para predicar el superhombre y el eterno retorno de lo mismo. Para Nietzsche, la moral es la máscara del poder, y hay que acabar con ella. Después de escribir su Zaratustra y de terminar con el sistema de la metafísica occidental, Nietzsche vierte el foco en un humanismo vitalista que busca la felicidad en esta tierra y en esta vida. Todo platonismo o mundo de las ideas está acabado. El más allá es sólo un elemento para dominar a las masas. Si Marx dijo que la religión es el opio del pueblo, Nietzsche intenta crear un nuevo sistema ético y moral donde las religiones no tengan cabida, sino que sólo el hombre sea dueño de su destino. Su excelsa vitalidad hizo que no pudiese controlar su lado demoníaco y que terminase en las regiones del caos y de la locura. Zweig advierte claramente: hemos de ser capaces de controlar nuestro lado oscuro, porque si no, puede destruirnos.

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