Debo decir que me ha sorprendido la grata lectura de este clásico del pensamiento de Fontenelle. La teoría de que haya mundos habitados aparte de la Tierra ya fue postulada por Demócrito y Leucipo, que hablan de infinitos mundos en el espacio infinito. Idea esta retomada por Giordano Bruno, para quien la omnipotencia de Dios no tiene límites y ha creado cuanto puede crear. Fontenelle nos relata la posibilidad de que los planetas de nuestro sistema solar estén habitados (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno), así como la luna. Esto me recuerda los famosos cantos de Ludovico Ariosto en el Orlando Furioso, donde proclama que en la luna se encuentra todo lo que se ha perdido en la Tierra (coronas, riquezas y fama, infinidad de esperanzas y el tiempo dedicado al juego, las limosnas que se mandan hacer después de la muerte, los versos que se ofrecen a los príncipes y los suspiros de los amantes). Seguidor de las tesis cartesianas, Fontenelle describe el universo como una perfecta máquina engranada en sus partes y piezas. Vivió cien años y conoció las tesis de la gravedad de Newton, que nunca llegaría a aceptar. Explica los movimientos de los planetas a través de torbellinos.
Hay antecedentes famosos de la descripción de la luna, el más destacado el de Luciano de Samosata, padre de la ciencia ficción. La princesa, oyente de las teorías del sabio filósofo, dice que “la naturaleza, siendo como es enemiga de las repeticiones, los habrá hecho a todos diferentes”. Esta es una declaración del principio de plenitud sostenido por Lovejoy. Leibniz estableció que todo posible exige existir, o en términos aristotélicos, todo posible tiene que actualizarse. Este principio contradice el eterno retorno de lo mismo de Nietzsche, pues en el tiempo infinito tienen que darse las posibilidades infinitas. Así, Blanqui llegará a declarar que todo lo que se puede ser, se es en alguna parte.
En conclusión, una lectura interesante para todos los amantes de la filosofía y los historiadores de la ciencia. Este libro supone la exposición de un sistema triunfante como fue el de Copérnico y Galileo, frente a las inmovilistas visiones de Tolomeo y Aristóteles. Se trata de una obra de transición que culminaría con las tesis de Newton defendidas por la mayoría de los ilustrados, en especial por Voltaire y Diderot. La prosa de Fontenelle es fluída y ligera, no en vano Rostand le calificó de “una especie de La Rochefoucauld de la verdad científica” y Paul Valéry de “el mejor prosista del siglo XVIII” Es famosa su visión de la naturaleza humana: “Es una divertida condición la del hombre, si es tal como la creéis. Nacido para aspirar a todo y no gozar de nada, para andar siempre y no llegar a ninguna parte.” “Son las pasiones las que hacen y deshacen todo. Si la razón dominara sobre la Tierra, no pasaría nada.” En definitiva, un libro ameno, sencillo, de lectura fácil y ligera y muy entretenido. Fontenelle es posiblemente un espejo de nuestro escepticismo, de nuestro dogmatismo, de nuestro progreso en la razón y a la vez de nuestra desconfianza en ella.