La mejor novela de Ernest Hemingway es quizás la mejor narrada. Las descripciones fluyen con maestría absoluta y podemos imaginarnos perfectamente los escenarios en los que transcurre la Primera Guerra Mundial. Esta historia de amor nos desborda y nos atrapa desde el primer momento. El personaje de Catherine Barkley nos despierta simpatía y una cierta incomodidad en su manera de pensar. Frederick Henry, sin embargo, es querido por el lector desde su aparición en escena. Esta novela de tinte autobiográfico tiene un final trágico (que Hemingway declaró que reescribió hasta 40 veces). Sus páginas terminales están llenas de muerte y desolación. Me ha recordado al final de el árbol de la ciencia, aunque los personajes principales difieran tanto entre sí.
El título está tomado de un verso de un poeta inglés del siglo XVI, George Peele. Podríamos decir que la temática del libro es el amor entre los horrores de la guerra, el carpe diem horaciano que Andrew Marvell supo captar tan bien en su poema To his Coy Mistress
But at my back I always hear
Time’s wingèd chariot hurrying near;
And yonder all before us lie
Deserts of vast eternity
Pero a mi espalda no dejo de oír
cómo va persiguiéndome el alado
carro del tiempo; y más allá se extiende
delante de nosotros el desierto
de la inconmensurable eternidad
mensaje ya captado por Catulo
Nobis cum semel occidit brevis lux
nox est perpetua una dormienda
Pero, una vez que nuestra breve luz se apague,
sólo nos quedará una noche eterna.
Y el sufrimiento bélico también ha sido cantado por Wilfred Owen en su Anthem for doomed youth.
What passing-bells for these who die as cattle?
Only the monstrous anger of the guns.
Only the stuttering rifles’ rapid rattle
Can patter out their hasty orisons.
No mockeries now for them; no prayers nor bells;
Nor any voice of mourning save the choirs,—
The shrill, demented choirs of wailing shells;
And bugles calling for them from sad shires.
What candles may be held to speed them all?
Not in the hands of boys, but in their eyes
Shall shine the holy glimmers of goodbyes.
The pallor of girls’ brows shall be their pall;
Their flowers the tenderness of patient minds,
And each slow dusk a drawing-down of blinds.
¿Doblarán las campanas por aquellos que mueren como ganado?
Sólo la rabia monstruosa de los cañones
el rápido tartamudeo de los fusiles
pueden rezarles una breve plegaria.
Para ellos, no más ceremonias, oraciones ni campanas
ni voces de luto o salvas en coros,
Sólo el agudo, rabioso gemido de coros de obuses
y clarines llamándolos desde dolientes condados.
¿Qué candelabros pueden encenderse para ellos?
No en sus manos de niños sino en sus ojos
brillará la sagrada luz de los adioses.
La pálida mirada de las muchachas serán sus mortajas;
Sus ofrendas, la ternura de dolidos recuerdos
y cada lento atardecer se inclinará ante sus memorias.
Con la muerte de Catherine y su hijo que nace muerto sentimos el terror de la muerte en todo su esplendor. La muerte es el pago que debemos hacer por la mancha del pecado original. Las palabras de el viejo y el mar podrían aplicarse a Frederick Henry: un hombre puede ser destruido, pero no derrotado