Hablar de Nietzsche es como hablar de un gran profeta. La influencia de su pensamiento se ha dejado notar en autores de la talla de Heidegger, Derrida, Vattimo, Foucault o Deleuze entre muchos otros. Autor que se vio influenciado al principio de su pensamiento por la filosofía de Schopenhauer, del que posteriormente abjuró y de la obra de Wagner, su tesis principal se basa en una remodelación de los valores. En esta pequeña obra Nietzsche hace un breve recorrido por toda su filosofía antes de caer en el abismo de la locura hasta su muerte en 1900.
¿Cuál es el pensamiento fundamental de Nietzsche? Su pensamiento básico puede verse circunscrito a unas cuantas ideas novedosas: la muerte de Dios, (idea tomada de Mainlander); el eterno retorno que ya predicaron los pitagóricos y que de alguna forma renovaron los estoicos y David Hume así como Blanqui; la voluntad de poder, concepto este último que no llegó a desarrollar en su totalidad pero que dejó esbozado y que tiene una similitud esencial con la voluntad de Schopenhauer. Pero lo que Nietzsche hizo por encima de todo fue cambiar la esencia de los valores cristianos y del mundo occidental. Para Nietzsche, el platonismo ha subvertido la realidad y ha creado un mundo más allá del que nada sabemos y que sepulta al cuerpo como un ente endemoniado. La autoconciencia, el alma, el espíritu, la sustancia, el yo, son todo ficciones que el hombre ha creado para desarrollar su vida, pero no existen. Son sólo manifestaciones de la conciencia moral, la que nos subyuga desde el mismo momento en que venimos a la existencia. Una de las negaciones de Nietzsche, al igual que Spinoza, es la del libre albedrío. Para el pensador alemán la libertad humana es tan sólo un concepto creado por la casta sacerdotal para producir el sentimiento de culpa y mantener el estado del pecado en el alma del hombre. Los conceptos de bueno o malo son sólo relativos para el hombre en su escala de valores. Otro de sus pensamientos más sublimes destacados de esta obra es el del amor fati. El amor al destino de querer que ni el pasado ni el futuro sean distintos para toda la eternidad. Soportar el sufrimiento como modo de vida y venerar este mundo que es el único real y del que tenemos experiencia. En esto Nietzsche se aleja de Parménides y Platón y sigue a Heráclito. No hay una realidad permanente, inmutable, suprasensible a la que podamos acceder. El mundo es devenir continuo, cambio constante y mutación sucesiva. Sólo en el caos del devenir puede tener lugar la tesis del eterno retorno de lo mismo, el deseo de querer vivir nuestra vida una y otra vez por toda la eternidad sin cambiar ni un solo segundo. Según Unamuno, en su obra el sentimiento trágico de la vida, esta idea es afín al conatus de Spinoza, a la perseverancia de continuar en el ser, y es una señal inequívoca del anhelo de inmortalidad que Nietzsche deseaba.
Ya hemos entrado en la postmodernidad del siglo XXI, Mientras escribo esta reseña pienso en los clásicos griegos, inmortales por sus aportaciones a la historia del pensamiento. Recuerdo las ideas de Platón, el acto puro de Aristóteles, el Uno de Plotino. El tiempo pasa y llega Descartes y su cogito, las mónadas de Leibniz, la sustancia de Spinoza, la visión en Dios de Malebranche, el esse est percipi de Berkeley, la tabula rasa de Locke, la conjunción constante de causa y efecto de Hume, el imperativo categórico de Kant y el espíritu absoluto de Hegel. Nietzsche ya se encuentra en el umbral de la eternidad junto a estos magníficos pensadores.