Poesía y verdad

Intentar circunscribir a Goethe a una obra determinada se antoja como una tarea ardua y, lo más seguro, vana.  Su autobiografía poesía y verdad nos cuenta algo sobre sus años de infancia y juventud, pero nos deja con un sabor agridulce. Deseamos saber más de este genio que anhelaba el infinito. George Eliot dijo de él que “era el más grande hombre de letras alemán, y el último hombre universal que caminó sobre la tierra”. Sus vastos conocimientos pueden equipararse con los de Leonardo da Vinci. De él cabe decir que buscaba el todo, como su  personaje Fausto o el espíritu absoluto de Hegel. Schopenhauer, uno de sus contemporáneos, elogió su novela Wilhelm Meister como una de las cuatro mejores novelas de la literatura universal, junto con la nueva Eloísa, el Quijote y Tristam Shandy.

Convertida en un referente del clasicismo alemán, “poesía y verdad” alterna páginas llenas de historias personales que pueden resultar repetitivas y aburridas, con otras en las que se nos narra la formación del genio. Digno de reseñar es la gestación del Werther. Influenciado por la obra de Shakespeare, tenía un amplio conocimiento del resto de autores ingleses. Leyó a Pope y a Goldsmith, cuya novela el vicario de Wakefield tal vez alabó en exceso. Conoció a Herder y a Wieland. Desde muy joven se aproximó a los clásicos franceses, Corneille y Racine. Aprendió hebreo para adentrarse en el Antiguo Testamento. Como todo hombre inquieto se interesó por Dios. Educado en la fe luterana, su concepción de la deidad fue evolucionando durante toda su vida. No confiaba en la filosofía, pues creía que la poesía y la religión ya ahondaban en las cuestiones esenciales del hombre. Se enfrascó en las obras de Platón y Aristóteles, pero no vio nada majestuoso en ellas. Leyó la obra principal de d´Holbach, pero no quedó satisfecho con el burdo materialismo y ateísmo que el noble francés profesaba. En su sistema de la naturaleza, Holbach demuestra que la necesidad rige el universo y que no se requiere a Dios. Goethe replica que la misma necesidad puede conducir al concepto de la divinidad. Su visión de la filosofía cambió con el descubrimiento de Spinoza, del que dijo que fue su mayor influencia. Tildado de ateo, Goethe ve en el pensador judío holandés a un hombre cristianísimo y teísimo. En sus propias palabras, “entreguéme a su lectura, y al mirar dentro de mí mismo, parecióme que nunca viera tan claro el universo.” La obra termina con la partida de Goethe a Weimar, donde residiría hasta el final de sus días. Admiró la obra de Calderón y Cervantes. Descubrió una nueva teoría de los colores, tratando de refutar la óptica de Newton.

De todos los escritores de su época, quizás no haya nadie que haya recibido tantas influencias de sus contemporáneos. Tenía en estima a Walter Scott, y en un pedestal a uno de los máximos representantes del romanticismo inglés, Byron. Se carteó con Thomas Carlyle. Bien conocida es su amistad con Schiller. Su visión del mundo, como la del hombre, es global e intenta acaparar la totalidad del cosmos. De su amplia obra, cito aquí dos versos que han pasado a la posteridad.

“Pues cuando el hombre en su dolor enmudece

un Dios me permitió decir lo que sufro”

Mateo Alemán, en su obra El guzmán de Alfarache escribe: “ya era noche oscura y más en mi corazón. En todas las casas había encendidas luces, empero mi alma triste siempre padeció tinieblas.” Aristóteles declara que todos los hombres de genio son por naturaleza melancólicos. Tal es el caso de Goethe, que tenía periodos de soledad y desesperación. Vigny dijo: “la soledad es santa.” Divinos y santos son todos y cada uno de los libros de Goethe, que invito a leer al ávido lector de libros eternos.

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