Literariamente hablando, dos personas, ya tristemente fallecidas, han determinado mi pasión por los libros. Una de ellas fue el maestro Borges, cuya pasión por la vida se mostró en su amor hacia los libros y el conocimiento. Borges estuvo ciego durante más de treinta años, pero no necesitaba de la visión para penetrar en el fondo de las cosas y de las personas y veía mucho más que la mayoría de las personas que podemos percibir el mundo de las formas, de los cuerpos y de los colores. La otra persona que me determinó fue mi maestro Juan Carlos Rodríguez, marxista y experto en el Quijote. Aunque las perspectivas de Borges y la de Juan Carlos Rodríguez acerca de la literatura eran completamente opuestas, los dos tenían una extrema sensibilidad y trataron de hacer del mundo un lugar mejor. En definitiva, eran buenas personas. Personalmente hablando, hay una persona, de género femenino, que me ha hecho replantearme toda mi visión del mundo y de la realidad. No voy a desvelar la identidad de esta mujer porque sé que es celosa de su privacidad e intimidad. Leibniz dice que las mónadas no tienen ventanas a través de las cuales puedan comunicarse con el exterior, pero que Dios, con su armonía preestablecida desde toda la eternidad establece una suerte de conexión externa entre las mónadas. En mi caso, diría que mi mónada, o sea, mi espíritu se ha comunicado y ahora ha establecido lo que Platón denominaba Díada. Y felizmente para mí, después de leer el libro de Carlos Blanco, con el cual, aún no sé cómo, he entablado una relación personal, esta Díada se ha convertido en una tríada. Sólo por la conversación ficticia entre Jesucristo y Buda ya merece la pena leer el libro de Carlos. He de reconocer que a mí se me saltaron las lágrimas. Ambos personajes quieren eliminar el dolor y el sufrimiento de los padecimientos humanos, pero, para mí, el mensaje de Cristo es superior, ya que el cristianismo no considera que vivamos en un mundo ilusorio sino real. El deseo no es necesariamente la fuente y el origen del sufrimiento. El deseo de salvar a la humanidad, de hacer el bien, de que se acabe con el imperio del mal, debe ser real. Si todo es una ilusión, el bien y el mal también lo son y no tiene sentido que hagamos buenas obras o que practiquemos acciones viles. La idea de bien, como escribe Platón en la República, está más allá del ser y es la que otorga realidad al resto de las esencias. Sé que Carlos, gracias a su mente privilegiada y al talento que le ha sido dado, trata de encontrar las respuestas últimas al sentido del mundo y de la realidad. Pero él intuye, como yo, que hay algo eterno que trasciende todo conocimiento racional, que los límites del conocimiento humano no se extinguen en la temporalidad. El orden, la belleza y la razón impregnan el universo en el que habitamos. Amar es lo más racional que existe. Las manifestaciones del amor son, como los instantes del tiempo, infinitas. El perdón, la compasión, la misericordia, la piedad, son las expresiones del amor más puro, el ágape del que hablaban los griegos. El amor intelectual de Dios, amar sin esperar que Dios nos ame, o sea, dar sin esperar nada a cambio. La postmodernidad y la psicología actual nos hablan de que no nos apeguemos, de que no creemos vínculos, de que nosotros somos lo más importante en nuestra vida. Nuestro ego, nuestro bienestar. No estoy de acuerdo con esta tesis, al menos en parte. Debemos querernos, pero si no estamos dispuestos a sacrificarnos por el Otro, por el bienestar de aquellos que amamos, no habremos entendido la esencia del mensaje de Cristo. Jesucristo se sacrificó para salvar a aquellos que lo odiaban y que lo habían matado. ¿Podremos comprender con nuestra limitada mente humana lo que esto significa? Carlos ha estudiado teología y seguro que ha llegado a entender la profundidad de este mensaje. Por otro lado, quiero reseñar que la mayor virtud de Carlos no es su conocimiento erudito y enciclopédico, sino su humildad y la bondad de su persona.
No sé cuándo moriré. Nadie lo sabe. Sólo quiero dar las gracias a Dios o al universo por haber puesto a estas dos personas en mi vida, la mujer cuyo nombre está asociado con la luz y la divinidad y Carlos, una estrella que ilumina allá por donde pasa gracias a sus talentos y dones excepcionales. Espero conservar el vínculo con estos dos grandes seres humanos hasta el fin de mis días, y cuando partamos hacia la luz, poder conversar con Borges, con Juan Carlos, contigo Carlos y con lo eterno femenino por toda la eternidad.
Sé que esto no es exactamente una reseña, sino más bien una muestra de gratitud hacia las personas que me han ayudado y me han hecho mejorar en todos los aspectos y facetas de mi vida. Estas personas son una prueba de que Leibniz tenía razón, y que este mundo es el mejor de los posibles. Y a los lectores de mi página, sigo leyendo y aprendiendo cada día más y más para compartir mis conocimientos con todos vosotros. Muchas gracias a todos.