Macbeth

Reseñar una obra de Shakespeare me resulta una tarea indigna de mí, ya que mi opinión y mi punto de vista sobre un escritor de semejante talla y envergadura, posiblemente el más grande escritor que ha dado la historia de la humanidad (así lo considera la mayoría de la crítica) serán meras agregaciones minúsculas con respecto a lo que los grandes escritores de la literatura, así como los grandes críticos de la historia, ya han realizado. Sería una estupidez por mi parte compararme con expertos shakespearianos como Coleridge, De Quincey, Bradley, Auden o T.S Eliot. Yo sólo soy una sombra entre sombras ante ellos, y ante Shakespeare un grano de arena en el desierto de Gobi. Pero me veo obligado a realizar esta reseña en gran parte para los asistentes del club de lectura de clásicos que tengo la suerte de coordinar y dirigir, para darles una idea global de lo que significa Shakespeare en la historia de las letras. Así, puesto que en la última reunión de la temporada, que tendrá lugar dentro de unos días, vamos a comentar el drama de Macbeth, intentaré esbozar una visión lo más amplia posible sobre Shakespeare y, en concreto, sobre Macbeth. Nunca llevo preparados los discursos ni las presentaciones, y las reseñas las escribo sin guión previo. Simplemente empiezo a desarrollar ideas y a asociar conceptos, y muchas veces debo parar para que la reseña no se haga demasiado larga y árida para el lector. Vamos ahora con el Bardo de Avon.

La obra de Shakespeare está considerada la cumbre de la literatura universal por casi la totalidad de la crítica. Dejando a un lado la Biblia, el libro más traducido de la historia, el canon de Shakespeare aparece como una Biblia secular. Se dice que Shakespeare captó las emociones humanas como ningún otro escritor, y en cada una de sus obras aparece una emoción predominante o un concepto abstracto que rige la obra. Es difícil llegar a creer que en su breve vida (1564-1616) pudiese componer un corpus tan vasto. Hay teorías sobre si fue William Shakespeare quien escribió sus obras o fueron otros dramaturgos. Las más famosas son las que atribuyen la obra de Shakespeare al rival de su época Christopher Marlowe, que murió apuñalado en un ojo en una taberna. Se dice que Marlowe era un espía que pasaba información a la corona española y fue ejecutado por ese motivo. También se le creía ateo, homosexual y practicante de la sodomía. Esta tesis tiene cierta fuerza entre algunos especialistas, sobre todo porque Marlowe fue el único dramaturgo que podía hacerle frente a Shakespeare en cuanto a nivel estilístico y profundidad de los temas tratados. De hecho, hay algún caso en el que Shakespeare plagia directamente una frase de Marlowe, alterando tan sólo los signos de puntuación. La otra tesis postula que fue el canciller Francis Bacon el autor de toda la obra de Shakespeare. Otros arguyen que su mujer, Anne Hathaway, le ayudó a escribir sus dramas y comedias. Es cierto que Shakespeare escribió algunas obras en colaboración, por lo que estas tesis no son del todo irracionales y baladíes. La verdad es que nunca sabremos si Shakespeare escribió esa ingente masa de páginas que hasta los grandes psicólogos leyeron para establecer ciertos trastornos y neurosis, como hizo Freud con ciertos complejos que dedujo de la tragedia griega.

La posteridad ha tratado a Shakespeare con mucha veneración, sobre todo en su propio país, pero realmente fue el idealismo romántico alemán el que le dio fama universal e internacional. Los hermanos Schlegel y sobre todo Goethe, denominaban a Shakespeare nuestro Shakespeare. Coleridge llegó a afirmar que Dios le había concedido a Shakespeare la capacidad de crear personajes de carne y hueso. No obstante, también tuvo opositores. En la propia Inglaterra el caso más claro es el de Byron, que decía que la obra de Shakespeare era un montón de basura frente al templo de Pope. En Francia Voltaire se dedicó a difamarlo y decir que la tragedia francesa era superior: Corneille y Racine principalmente. La crítica francesa fue desfavorable con Shakespeare porque no cumplía los principios de unidad que Aristóteles había defendido en la Poética. Les parecía un transgresor. Los franceses, sin embargo, con la Poética de Boileau, seguían a rajatabla las reglas aristotélicas. Y el otro gran detractor fue Tolstói, quién leyó la obra completa en inglés y dijo no haber encontrado absolutamente nada bueno en la obra de Shakespeare. Otro crítico como Bernard Shaw afirmó que la soberanía de Shakespeare sobre el resto de dramaturgos estaba en su música verbal, en su manejo del idioma, y no en el contenido. En mi modesta opinión, creo que Shakespeare, aun siendo un pilar de la literatura occidental y universal, está sobrevalorado. Hay grandes autores de su propia época, aparte de Marlowe, que han quedado eclipsados. Creo que esto se debe principalmente a un tema económico y de marketing de vender a nivel mundial la marca Shakespeare. Yo diría, con las palabras de Hugo, que Shakespeare a veces tiene “ausencias en el infinito”.

La obra de Shakespeare es heterogénea y desigual, aunque a nivel global se considere a casi todas sus obras auténticas joyas. Los especialistas dicen que su obra maestra es King Lear. Parece que la mayoría está de acuerdo en situar a Hamlet, Macbeth, King Lear y Othello como las cúspides de la creación de Shakespeare.

Lo más increíble de Shakespeare es su poca formación académica con respecto a sus contemporáneos. Ben Jonson afirmó que “apenas tenía latín y menos griego”, es decir, que era desconocedor de estas lenguas clásicas. Sus fuentes principales eran Montaigne y sus ensayos, algunas crónicas escandinavas e históricas como la de Holinshed y las obras de Plutarco, sobre las que se basó para escribir los dramas de personajes romanos.

Macbeth es una tragedia horrenda. No voy a desgranar el argumento, pero hay muertes, traiciones, falta de confianza, pérdida de fe, locura y desesperación. La pasión que analiza aquí Shakespeare es el remordimiento, y hasta qué punto el cargo de conciencia puede llevar a una persona a la locura. El mal se nota y se palpa en esta obra, con las brujas y la noche de fondo. Desde luego el inconsciente y los desequilibrios psíquicos que pueden desencadenarse debido a la vergüenza y la culpa están aquí latentes. También yace la posibilidad de que ciertas locuras o trastornos mentales puedan estar causados por seres oscuros o demonios, algo en lo que yo personalmente creo totalmente. Hay un nivel físico, de materia, de cuerpo, un nivel psicológico, de mente, que hace de puente entre la materia y el espíritu, y un nivel espiritual. No obstante el propio Shakespeare pone en boca de Macbeth la famosa frase que dio lugar a la novela más célebre de Faulkner “el ruido y la furia”:

Life is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing

“La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa”

Aquí está el orbe de la oscuridad, de las pasiones demónicas y de un universo donde Dios ya no existe, aunque haya religión. El contexto histórico de la Reforma, con la conciencia como único modo de acceso a Dios, dando predominio a la subjetividad, así como la postulación del cogito de Descartes, han dado lugar al nacimiento de la Modernidad. La tierra gira alrededor del Sol, no el Sol alrededor de la Tierra. Nos hemos adentrado en un mundo donde gobiernan el azar, la mentira, la fortuna y la corrupción. En las obras históricas de Shakespeare aparece la ideología de Maquiavelo, la psicología oscura. Los psicópatas que están en el poder y que no tienen escrúpulos para conseguir sus objetivos. El orden moral se empieza a desmoronar. El caos y la destrucción están por doquier. El mal es ubicuo. No hay lugar para la redención y el perdón. La tragedia ya no tiene dioses, como en Grecia. Con Shakespeare se cumplen las palabras de las Escrituras “Satanás, que es el dios de este mundo, ha cegado la mente de los que no creen” (2 Corintios 4:4) También Cristo dijo que “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44)

Podríamos decir con Nietzsche que con la obra de Shakespeare “Dios ha muerto”, no ontológicamente como pretendía Mainländer, sino a nivel de idea y concepto. Los valores se han transmutado y el nihilismo comienza a hacer su aparición.

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