El impacto filosófico de la física contemporánea

Milič Čapek es el autor de esta magnífica obra sobre la metafísica del tiempo y el espacio y sobre cómo el desarrollo de la física contemporánea ha desafiado las concepciones tradicionales de la filosofía. Influido por Bergson y en menor medida por Whitehead, fue un especialista en la relación entre filosofía y física moderna.

Este libro que os estoy reseñando ya lo he leído dos veces. Y voy a iniciar su relectura por tercera vez. No suelo releer los libros que leo, salvo que tengan un mensaje tan profundo que tenga que analizarlo más a fondo con lecturas adicionales, artículos, estudios sobre el autor o ediciones especializadas. En el caso de este libro cada página me deja maravillado. Son tales las relaciones y las deducciones que se hacen que a veces podemos encontrar en una página sentencias que desbaratan nuestro sistema de pensamiento y creencias. Para poder entender a fondo este libro, recomiendo conocer más o menos la concepción del tiempo y el espacio que se ha tenido a lo largo de la filosofía occidental, algunas nociones de física, y sobre todo conocer, aunque sea tangencialmente, los sistemas filosóficos de pensamiento de Occidente. El libro trata temáticas muy abstractas como los ya mencionados conceptos de tiempo y espacio, la materia, los átomos, la continuidad, el movimiento, etc. Una de las grandes disputas que se analizan en el libro es sobre si la realidad última es continua o discreta, es decir, si la materia es divisible al infinito o si hay entidades indivisibles, que es lo que postula el atomismo. Esta misma problemática se puede aplicar al tiempo, generando paradojas insolubles. Si el tiempo es continuo e infinitamente divisible esto significa que entre un instante y otro hay una cantidad de tiempo que se puede dividir a su vez infinitamente. Y si es discreto, si no hay tiempo entre instantes, entonces hay una duración mínima indivisible, o como lo denominaban en la filosofía árabe, átomos indivisibles y saltos de tiempo. Pero surge la problemática de que si no hay tiempo entre dos instantes entonces esos dos instantes serían contiguos y se tocarían, por lo cual todo ocurriría simultáneamente. Estas paradojas ya las trata Aristóteles en su Física. Realmente se trata del problema del cambio, que se puede ver desde distintas perspectivas: si el tiempo es o no divisible; si la causa y el efecto son dos caras de la misma moneda; si el efecto preexiste en la causa o es algo completamente nuevo y por lo tanto distinto de aquella; si hay más realidad en la causa que en el efecto; si es el principio de causalidad lo que hace que el tiempo corra y fluya; si el tiempo es algo distinto de la sucesión, pero puede haber eventos sucesivos sin que el anterior sea causa del posterior (la famosa falacia cum hoc ergo propter hoc (de aquí viene la noción de correlación en la ciencia). Esto lo analizó magistralmente Hume en su estudio de la causalidad. El libro también trata sobre las nociones de tiempo y espacio absoluto en Newton, los dos continentes universales que podrían considerarse los órganos de la sensibilidad de Dios. El mismo Newton definió el espacio absoluto como Sensorium Dei en su Óptica. (El espacio absoluto sería como el órgano a través del cual los cuerpos se mueven en el espacio, siendo Dios incorpóreo y sin asociarse al espacio, cosa un tanto contradictoria. El tiempo absoluto sería el recipiente donde tienen lugar los cambios, pero el tiempo podría fluir aunque no hubiese ningún cambio en el universo) ¿Podría haber cambio e instantes sucesivos en la mente divina? Las ideas se dan en sucesión también en la mente divina, escribe Berkeley en una anotación de sus cuadernos. Leibniz sostuvo contra Clarke la tesis relacional, definiendo al espacio como orden de relaciones coexistentes y al tiempo como el orden de sucesiones, como orden de cambios. Es decir, que no habría espacio sin cuerpos ni tiempo sin cambios, lo que hace a estos modos de existencia de la materia. Kant traslada la problemática y la trata en la crítica de la razón pura definiendo a tiempo y espacio como formas a priori de la sensibilidad e intuiciones puras, es decir, como constructos mentales con los que venimos al mundo y con los que ordenamos la experiencia. Esto muy sucintamente. Si analizamos a fondo las doctrinas kantianas del tiempo y el espacio entramos en discusiones psicológicas acerca de su naturaleza y en cuestiones insalvables. La idea central: no puede haber experiencia para un ser humano sin espacio ni tiempo. Pero aparte de este esbozo o intento de resumen de la historia de las ideas de espacio y tiempo, el libro se adentra en las polémicas de si la luz es una onda o un corpúsculo. La teoría ondulatoria la defendió Huygens; la corpuscular Newton: Ahora sabemos que la luz se comporta de ambas formas, según la física cuántica. Parece que la cuántica refuta el determinismo, al menos a niveles microscópicos. La ecuación de onda de Schrödinger establece un determinismo, pero la de Heisenberg deja lugar al azar, la probabilidad y la libertad. Parece que la realidad es discreta, es decir, según la tesis de la longitud de Planck la luz se emite en cuantos discretos o cantidades de energía, lo que conlleva a un tiempo indivisible del universo. También se refuta con la teoría de la relatividad que exista un ahora o instante universal en el universo. Todo depende de la relatividad del observador. Las observaciones sobre el tiempo y el espacio en el sistema de Whitehead son dignas de reseña, ya que Whitehead era platónico y aparte de su formación matemática y de escribir los Principia Mathematica conjuntamente con Russell, su pensamiento metafísico es excelso. El libro da lugar a muchísimas reflexiones y cuestiones que pueden parecer cosa de ciencia ficción, como el relato “la máquina del tiempo” de Wells. Si pueden existir mundos dentro de mundos, si hay otros universos, si las paradojas de Zenón de Elea realmente se han llegado a solucionar con el cálculo de las series infinitas. Al final todo se reduce a la lucha entre Parménides y Heráclito, esos dos titanes del pensamiento que forjaron la filosofía occidental y cuyas doctrinas opuestas Platón logró sintetizar gracias a su genio, que, como el apeiron de Anaximandro, era ilimitado.

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