El libro «las ciudades invisibles«, del autor italiano Italo Calvino, puede enmarcarse dentro de la literatura fantástica. En sus páginas se nos van apareciendo una serie de ciudades de carácter imaginario que Marco Polo le va narrando al emperador Kublai Khan. Este emperador mongol fue el quinto y último gran kan del imperio mongol, y el primer emperador de la dinastía Yuan (1271-1294).
Si nos adentramos en las anécdotas literarias, es digno de recordar que Coleridge escribió un poema titulado Kublai Khan, después de quedarse dormido tras haber ingerido una dosis de opio. Parece ser que tuvo una especie de sueño lúcido o revelación, no sabemos si provocados por el efecto del opio, pero cuando despertó, empezó a escribir los versos que la visión del sueño le había inspirado. El poema está inacabado y apenas llega a los 300 versos. Fue interrumpido por una visita y al marcharse el visitante no pudo recordar el resto de los versos que se le habían revelado. Como otra curiosidad literaria, el joven poeta John Keats dijo que quien comprendiese el significado del poema de Coleridge podría «destejer el arco iris«-
Volviendo al libro en cuestión, vemos una clara crítica de las ciudades modernas que han perdido su identidad. En otras obras anteriores de Calvino estos temas son tratados con maestría, como en la majestuosa novela «el caballero inexistente«. Calvino tuvo una educación bastante esmerada. Su madre era botánica y profesora universitaria. Su padre era profesor de agricultura tropical en la Universidad de Turín. Calvino empezó a estudiar agronomía en la misma universidad donde su padre impartía clases.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial interrumpe sus estudios, y aunque fue llamado al servicio militar por la República Social Italiana, desertó y se unió a los partisanos junto con su hermano, mientras sus padres fueron hechos rehenes por parte de los alemanes. Cuando termina la Guerra, se instala en Turín y se matricula en Letras (realiza una tesis sobre Joseph Conrad) y se hace afiliado del partido comunista italiano. En 1956, cuando la URSS invade Hungría, reniega del comunismo y se aparta de la izquierda y del compromiso político.
Empieza a escribir en un estilo realista, dentro de la corriente del neorrealismo italiano, debido a la influencia de Cesare Pavese, de quien se hace amigo. Posteriormente viaja a Cuba, donde había pasado los primeros años de su vida. Sufre una gran influencia del estructuralismo y la semiología. Su interés por la sociología y las ciencias naturales aumenta tras su traslado a París en 1967. El 6 de septiembre de 1985 muere a causa de un ictus cerebral, mientras estaba preparando unas conferencias que debía dar en Harvard.
En las innumerables descripciones de las ciudades que Marco Polo describe a Kublai Khan, hay temáticas universales; la memoria, la identidad, el tiempo, las posibilidades sin realizar, los reflejos, las palabras no dichas, la transitoriedad de la vida, la muerte.
En una de las ciudades, Anastasia, se habla de los deseos que se despiertan en el hombre y que éste tiene que ahogar. En Anastasia los deseos se despiertan todos juntos y lo rodean. El hombre es esclavo de sus deseos.
En otra, Tamara, «el ojo no ve cosas sino figuras de cosas que significan otras cosas«. Una descripción de la faceta representativa del alma, una especie de idealismo.
En Zora todo permanece en la memoria punto por punto. Veo en esta narración una influencia del cuento de Borges «Funes el memorioso«. A su vez ocurre la maravillosa paradoja de que no hay recuerdo de ella porque no hay cambio, y se desvanece.
En Zirma se repiten los signos para que la ciudad empiece a existir. Una frase lapidaria es que «los futuros no realizados son sólo ramas del pasado: ramas secas«.
En Fedora se plantea el problema de los futuribles, tratados como problema teológico por la escolástica, así como la noción de mundos posibles de Leibniz.
En Zoa, la problemática de la existencia indivisible, que recuerda a Parménides y al Dios de Jenófanes.
«En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras». «Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen«. Aquí se está prefigurando la sociedad líquida actual postmoderna de la que Bauman hizo un gran análisis.
En Valdrada se habla de las ciudades espejo, donde lo que se ve en la ciudad original aparece de forma invertida en otra Valdrada. Aquí yo veo la influencia del cuento de Wells «the cristal egg» que a su vez influyó en el relato «el Aleph» de Borges, otra fuente de inspiración de la descripción de la ciudad. En un verso de «the Fairie Queen» de Edmund Spenser se habla de un espejo cóncavo, de vidrio, que refleja las imágenes. La noción medieval de Speculum Dei está latiendo detrás de estas líneas.
En Bersabea hay una creencia de que existe otro modelo celeste de ciudad. Los arquetipos y el mundo de las Ideas de Platón son la referencia esencial de esta ciudad.
En una de las conversaciones entre Polo y Kublai Khan se discute sobre si las personas y los objetos, y tal vez todo el universo no son sino pensamientos de Otro. Si los Otros dejan de existir si dejamos de pensarlos. Esta tesis maravillosa de que el mundo es el pensamiento o el sueño de Alguien es muy antigua en Oriente. El brahmanismo la sostiene desde hace siglos. En Occidente fue descubierta a principios del siglo XVIII por el obispo George Berkeley. Borges, en «las ruinas circulares«, esgrime este mismo argumento que la tradición ha tenido en la literatura. Véase «Alicia a través del espejo» de Lewis Carroll. O en el panorama español, «la vida es sueño» de Calderón.
En la filosofía se ha definido a Dios como «una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna«. Esta misma definición de Pascal la empleó Giordano Bruno para referirse al universo infinito y romper las esferas celestes y el cosmos aristotélico. La definición de Pascal es clara. Dios está en todas las criaturas, pero ninguna lo circunscribe ni lo limita en su totalidad. Orígenes, el teólogo, manifestó que los muertos resucitarán en forma de esfera. Fechner, al estudiar la anatomía del globo ocular, atribuye la forma esférica a los ángeles. En un poema Poe refiere que las estrellas son espíritus angelicales. Platón dispone en el Timeo que las almas se alojan en las estrellas hasta su nueva encarnación en la Tierra.
La reflexión final del libro es absolutamente reseñable, admirable, emotiva y a la vez reflexiva. Transcribo literalmente: » El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure y dejarle espacio«.
El infierno son los demás, dijo Sartre. Milton habla de un infierno inmanente. Allí donde esté Satanás, allí está el infierno, allá donde vaya. El Cielo y el Infierno no son lugares físicos, sino estados del alma, espirituales.
Termino esta reseña dedicándosela a uno de los asistentes del club de lectura de clásicos, apasionado de la arquitectura y de las ciudades: David. También quiero recomendar un par de libros más de Calvino, en concreto para los lectores que quieran profundizar en sus obras más especializadas: Por qué leer los clásicos y una compilación de los cuentos populares italianos. Calvino es un clásico moderno. Influenciado por las aporías de Kafka que también resuenan en Dino Buzzatti. Ambos autores ejercieron una gran influencia sobre su obra. Su conocimiento de los clásicos es magistral. Filemón y Baucis o Pentesilea tienen en las páginas de las ciudades invisibles menciones destacadas.