Esta breve novela de Stefan Zweig es como una rara avis en toda la producción del escritor austriaco. Ambientada en el siglo VI a.C, en la época en la que nacería Buda, el personaje principal es anterior a Buda, pero llega a las mismas conclusiones que el futuro príncipe Gautama. Virata, cuyo nombre en sánscrito significa «una de las formas de Dios» así como «guerrero», también actúa como adjetivo, «resplandeciente», asimilándolo con la divinidad. Virata es un hombre justo y leal, y a los ojos del rey y de su pueblo tiene un estatus de fama y privilegio. El rey va a la guerra y le pide a Virata que comande sus ejércitos. Virata acepta la misión sin saber quién es el enemigo. Después de la batalla, al examinar los cadáveres, Virata se percata de que ha matado a su hermano. El cuerpo exánime de su hermano parece clavarle la mirada, lo cual hace que Virata experimente la culpa por primera vez en su vida. La duda y el sentimiento de culpabilidad emergen en su alma. Tras este hecho, Virata, el juez más justo y sabio, debe juzgar a un hombre que ha asesinado a varios guerreros. Cuando va a pronunciar sentencia, el asesino le mira y le dice que no conoce los motivos de sus acciones ni de sus asesinatos. El asesino intenta justificar sus muertes, ante lo cual Virata duda, pero finalmente lo manda a la cárcel. Tras unos días, Virata va a visitar al preso y le propone que intercambien las ropas y que él cumplirá lo que le queda de condena al asesino, ya que quiere experimentar el sufrimiento del Otro para poder compadecerlo y entenderlo. Virata le pide como condición que al pasar un mes vaya al rey y le cuente lo que ha ocurrido, para ser liberado de la prisión. Virata sufre la soledad de la cárcel y las noches de insomnio, pero llega un momento en el que el miedo se apodera de él al entrever la posibilidad de que el culpable tal vez huya y el termine muriendo en la celda, olvidado de su mujer y hijos. Finalmente, en el plazo acordado, se abre la puerta de la celda y el rey le felicita y lo encomia por la virtud que ha demostrado. El asesino ha cumplido su palabra. Después de este hecho, Virata le solicita al rey el dejar de ser juez y el retiro de la vida de la corte, ante lo cual el rey acepta. En su hogar, Virata ordena a sus hijos que dejen en libertad a sus esclavos, ya que no soporta verlos sufrir ante los latigazos por haber tardado en cumplir un encargo. Los hijos de Virata se enfrentan al padre y le echan en cara el sinsentido de su actitud. Virata decide retirarse del mundo a meditar y a encontrar la paz, libre de todo acto judicativo. Durante un tiempo de buscada soledad, se adentra en los bosques y descubre a una mujer cuyo marido la ha abandonado y que tiene a un hijo al que no ha podido alimentar ni cuidar y que ha muerto de hambre. Cuando Virata revela su identidad a la mujer, esta le culpabiliza de ser el causante de que su marido dejase su trabajo, ya que decidió hacerse un asceta al ver los pasos que seguía Virata. Virata se siente responsable del dolor y el sufrimiento de la mujer, ante lo cual vuelve al rey y le dice que todos los hombres son iguales para Dios, que no hay mejor ni peor. En un momento de la conversación, el rey se siente atacado. Virata le dice que le deje cuidar de la jauría de perros, ante lo cual el rey accede. Virata, supuestamente el juez y hombre más justo entre todos los hombres, muere olvidado de todos.
Esta es resumidamente la historia que nos narra Zweig. Ahora vamos a analizar el mensaje que encierra, y por último daré mi interpretación personal.
Zweig está hablando del tema de la culpa y el juicio. Virata es un hombre que teme el juicio de los demás, aunque el aplica sentencias «justas» y «reparadoras». He aquí una cuestión compleja en la filosofía budista y en general en el pensamiento oriental. ¿Hasta qué punto es responsable Virata de la fuga del marido y de la hambruna y la muerte del hijo de la mujer abandonada? El karma es la ley de causa y efecto e implica un férreo determinismo. En la rueda de samsara nos reencarnamos millones de veces hasta que en una de nuestras múltiples vidas aparece la iluminación, no sabemos cómo.
A mi juicio, el protagonista sufre de un ego o narcisismo espiritual, ya que tanto su conducta con respecto al asesino como con respecto a sentirse responsable por la pobreza y el abandono de la mujer por parte del marido y la consecuente muerte de su hijo, son completamente inadmisibles. En la vida tenemos que juzgar. La justicia es dar a cada uno lo suyo, según sus obras. El asesino merece y tiene que estar en la cárcel y cumplir su condena. El arrepentimiento y el perdón vendrán después. No necesito asesinar para saber que el asesinato está mal. Tengo una moral y una conciencia dentro de mí que me dicen si obro bien o mal. Y sé que hay cosas que no puedo hacer. Aquí está la trampa de Oriente. Si el bien y el mal son ilusorios, si el dolor y el placer no son reales, yo no he de actuar ni ante el bien ni ante el mal. Se supone que no hay grados de libertad porque el karma lo determina todo. Por eso considero que el mensaje de Cristo está por encima del mensaje de Buda. En el cristianismo el dolor y el sufrimiento son reales. Y admite la culpa, el arrepentimiento y el perdón. En el budismo no existe tal cosa ya que no existe un yo o un alma que sea responsable de las acciones, pues sólo somos agregados y todo es causado de forma interdependiente (aquí hay una seria contradicción en el budismo, pues si no hay un yo, no sabemos qué es lo que se reencarna. El hinduismo tiene más lógica, pero ese es otro tema) Por eso Virata se siente responsable de una acción que no le corresponde, pues tanto el asesino como el asceta que abandona a su familia han obrado libremente, y no por decisión suya. (Aquí habría que hablar de la symploké de Platón y el principio de discontinuidad, pero ese es otro debate). La superioridad de Cristo está en que a través del arrepentimiento nosotros somos perdonados y alcanzamos la reconciliación, pero en el budismo matar a un mosquito sin intención puede hacer que pases «una temporada en el infierno» como el libro de Rimbaud. Ante esta tesis, hasta la horrorosa doctrina calvinista de la doble predestinación parece dulce. Asimismo, el único pecado imperdonable del que habla la Biblia, la blasfemia contra el Espíritu Santo, consiste en que la persona ha rechazado conscientemente el arrepentimiento y el sacrificio de Cristo. El infierno sería el rechazo consciente de la redención, como sostuvo Weatherhead. El infierno es la ausencia de Dios, dicen otros teólogos. El corazón de la persona se ha vuelto tan duro que no puede arrepentirse. Esto era lo que condenaba Cristo cuando confrontaba a los fariseos, que decían que hacía milagros por obra de Belcebú. Esto implica la ceguera espiritual que aunque ellos estaban viendo claramente que era Dios al realizar los milagros que realizaba, lo negaban. Por eso otra interpretación del pecado contra el Espíritu Santo es que se atribuye la obra de Dios a Satanás. Se trata de invertir los conceptos de bien y mal. Así obra Satanás, corrompiendo las almas y las conciencias y haciéndonos creer que lo malo es bueno y lo bueno es malo. Relativismo moral absoluto. Platón argumentaba que es Dios la medida de todas las cosas, no el hombre, como defendía Protágoras. Porque si todo está en flujo y en perpetuo cambio, no se puede conocer nada, no sólo a nivel moral, sino a nivel gnoseológico y epistémico. De aquí la cruzada de Platón contra los sofistas. De aquí el genio de Aristóteles contra las tesis de Gorgias (El Ser no existe; si el Ser existiese, no podría ser conocido; si el Ser pudiese ser conocido, sería incomunicable). Hay sustancia, no sólo agregados de seres sin substrato.
En la vida hemos de juzgar a otros tanto si hacen algo malo como bueno. Castigar el mal y premiar el bien. Para ello tiene que haber una fuente de la moral objetiva y universal, que es Dios según Kant. Schiller dijo una frase muy profunda y cierta: Dios nos juzga como nosotros juzgamos. Esto quiere decir que debemos perdonar como Dios nos perdona, pero eso no implica que no haya justicia ni condena. Pues esta es necesaria para el arrepentimiento y el perdón, aunque muchas veces ocurre a nivel exclusivo de conciencia individual, con el sentimiento de culpa y remordimiento. En el pecado va la penitencia. Si no hubiese condenas ni juicios, el mal, que ya reina en la Tierra, devastaría por completo el mundo. Un arrepentimiento sincero conlleva la transformación o renacimiento espiritual. Por eso se dice que un pecador arrepentido está por delante de los ángeles en el Cielo. Y que por un pecador arrepentido hace que haya más gozo en el Cielo que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento. Schiller también dijo que la historia del mundo es el juicio del mundo. Nosotros estamos siendo juzgados por la historia, por los hechos. «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7: 16-20)
Hecha esta digresión teológica, vuelvo a argumentos más literarios. He aquí un breve relato de Leon Bloy, fervoroso católico que sostenía que el abismo del cosmos es un reflejo de los abismos de nuestras almas:
«Recuerdo una de mis ideas más remotas. El Zar es dos cosas a la vez: el jefe, y el padre espiritual de un millar de hombres. Atroz responsabilidad que es sólo ilusoria. Quizá no es responsable, ante Dios, sino de unos pocos seres humanos que lo rodean. Si durante Su reinado los pobres del imperio son oprimidos, y si de ese reinado ocurren catástrofes inmensas; ¿quién sabe si el limpiabotas no es el verdadero y solo culpable? En los misterios que se esconden en la Profundidad, ¿quién es el verdadero rey, quién es Zar; quién puede ostentar de ser un mero sirviente?»
Le Mendiant Ingrat (1898)
Lector de Stuart Mill, siempre he creído en su tesis de la pluralidad de las causas. Un evento o acontecimiento no suele estar provocado o causado por un único hecho o acontecimiento. Hay variables ocultas que desconocemos. Tal vez sea cierta la tesis de Averroes de que Dios conoce lo general, pero no lo particular. Tal vez ignoramos cómo la Causa Primera concurre en acción agente, o concausa las causas segundas de las criaturas.
Pero tengo clara una cosa. No podemos superar la dualidad. El Bien y el Mal existen. Decir que el mal es una sombra del Ser o un no Ser que no tiene realidad, como Plotino, o que es una deficiencia, como Tomás de Aquino, es salirse por la tangente. Tratar de sintetizar y superar los contrarios en un Ser indeterminado (Brahmán, Uno, Tao) es una tesis sugerente para explicar la realidad, pero a nivel de la teodicea es asaz defectuosa. Para la vacuidad y la mística sirven, no para dar respuesta al problema del Mal. Pero la realidad es que «la vida es milicia contra la malicia» como dijo Gracián. Y esa tiene que ser nuestra lucha.
Postdata: Para esta reseña me he basado, aparte de en la obra de Zweig, en el ensayo de mi admirado Carlos Blanco «diálogo ficticio entre Buda y Jesucristo» de su «libro de las recreaciones». Comentar que este es ya el quinto libro de Zweig que hemos leído en el club de lectura de clásicos que coordino y dirijo. Se trata del autor favorito de las mujeres asistentes al club de lectura, ya que, en palabras de las propias asistentas, expresa de una forma increíble la psicología y el conocimiento de las emociones femeninas.