Este libro, escrito por el psiquiatra Erich Fromm, es una reflexión en torno al amor y las distintas formas de amar. El título está tomado literalmente del ars amandi de Ovidio, en el que el poeta romano explica las distintas formas para enamorar a una mujer. Este ensayo no tiene nada que ver con el libro de Ovidio, salvo en la homonimia del título. Antes de entrar al análisis del contenido, un poco de contexto para entender al autor y su obra.
Erich Fromm era de una familia de origen judío y tuvo trato con el judaísmo desde muy joven. Conoció a varios rabinos y se interesó por el estudio de la Torá. Pronto encaminó su carrera hacia el psicoanálisis. En 1926 contrajo matrimonio con la psicoanalista Frieda Reichmann. De tendencia marxista, Horkheimer le invitó a que dirigiese el Departamento de Psicología del recién fundado Instituto de Investigación Social. Con la llegada al poder del partido Nazi en 1934, emigró a Estados Unidos junto con otros miembros del instituto, pero sus diferencias intelectuales le llevaron a romper con personajes destacados del Instituto como Adorno y Marcuse.
Dicho esto, vamos a analizar de forma muy tangencial el contenido del libro. Fromm ante todo es un marxista, pero la doctrina del amor que defiende es la cristiana. Resulta paradójico que un pensador de origen judío pero que se consideraba ateo llegue a la conclusión de que el verdadero amor se basa en Dios. Para más ironía, su apellido, fromm, en alemán, significa devoto. En el libro se analizan los distintos tipos de amor: el amor al padre, a la madre, al hermano, a los hijos, a la pareja, a los desconocidos. El punto central es que todos estos amores se fundamentan en el amor a Dios, de tal manera que cuando estamos amando a alguien, y cuando alguien nos ama, es el amor que tenemos hacia Dios lo que comunicamos y es el amor de Dios que recibimos a través de personas de carne y hueso y con nombres y apellidos particulares. Reflexionando acerca de la visión de Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre, acude al Nuevo Testamento para tratar de explicar si el hombre es lobo o cordero, ya que si bien en la naturaleza del hombre está el mal y la destrucción, también está el autosacrificio. Pico della Mirandola, en su breve escrito «el hombre escultor de sí mismo». argumenta que el hombre es el único ser que con su libre albedrío puede ser o mayor que un ángel o peor que un demonio, pues en sus actos se define su esencia de bondad o maldad. Spinoza, en su teoría de que nosotros no somos sino accidentes o modos de la sustancia divina, sostiene que cuando una persona ama a otra es Dios que está amándose a sí mismo. Por otro lado, Fromm estudia el tema de la mercantilización de los sentimientos y el amor propio desmedido que da lugar al narcisismo tan presente hoy en día en nuestra sociedad, sobre todo a través de las redes sociales. La tesis de que uno debe amarse primero a sí mismo antes de amar al Otro puede corromperse y así el autoconcepto y la autoestima se convierten en ego inflado. Es preciso recibir amor, bondad y compasión para que podamos aprender a querernos a nosotros mismos, y una vez recibido, dar ese amor simultáneamente a quien nos ama. Así desarrollamos un amor sano y verdadero. En mi opinión personal, y es mi reflexión y mi juicio, no puede haber amor hacia nadie si ese amor no está basado en una fuente trascendente y eterna, es decir, el amor de/a Dios. Cuando Jesucristo establece los dos mandamientos principales de que debemos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, en realidad el primer mandamiento se subsume en el segundo: amar a nuestros semejantes, porque ellos son Dios. Y lo que les hagamos a ellos, se lo hacemos a Cristo, como dice en las Sagradas Escrituras: Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Os aseguro que, cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. (Mateo 25:35-40)
Cuando nos preguntamos quién es nuestro prójimo, Cristo lo dice muy claro: todo aquel a quien demuestres piedad y compasión, ya sea que lo conozcas o no.
La concepción de Fromm es un amor universal, un amor que contiene a todos los demás, como el último círculo del Paraíso, el empíreo donde Dante contempla a Dios a través de su amada Beatriz. O como Margarita redime a Fausto en las palabras terminales del Fausto de Goethe. Por eso, el verdadero amor de pareja debe extenderse hacia todo lo demás. Debe contener las emociones y trascenderlas. Ese es el amor real, espiritual, que puede prescindir de la mera carnalidad y el sexo porque está sellado por algo inmaterial y no perecedero: el Espíritu.
Termino esta reseña con una anécdota personal: cuando yo compré este libro y lo leí allá por 2007 en la Facultad de Filosofía y Letras, yo trataba de entender qué o quién era Dios, desde un punto de vista racional y lógico. Conforme me iba adentrando en los conceptos abstractos de sustancia, causalidad, ser, infinito, tiempo y espacio, eternidad, me di cuenta de que esos caminos son muy placenteros para una mente como la mía, que necesita estimulación constante del mundo exterior y desafíos intelectuales. Ahora me he dado cuenta de que esas discusiones, aunque me producen una grata felicidad y alegría de perderme en las antinomias que la propia razón humana tiene por su naturaleza compleja y contradictoria, son estériles. Entonces me sumergí en la lectura de los místicos alemanes, en los teólogos medievales y en los tratados y mitologías de Oriente. Finalmente entendí el pasaje con el que Wittgenstein cierra su Tractatus: «de lo que no se puede hablar, hay que callar.» Con esto Wittgenstein dejaba un hueco a lo que el lenguaje no puede expresar, lo inefable. El amor es así. No se puede pensar, sólo sentir. Y las formas de expresarlo son inagotables. Spinoza dijo que la potencia de Dios es su esencia, es decir, que nada agota ni termina el poder de la sustancia infinita, expresada en eternos e infinitos atributos, de infinitos modos.
Quisiera dedicar esta reseña a una asistente a mi club de lectura, mujer reflexiva y a la que la lectura de este libro le ha abierto los ojos ante lo que ella creía que era el amor romántico y de pareja. Estudiando las etimologías, de las que soy fanático, amor viene del latín a-moris, literalmente no muerte. Como muy bellamente expresó Gabriel Marcel, decir que amas a alguien no significa otra cosa sino que esa persona no va a morir para ti. Y para mí, como deseo que para todo el mundo, hay alguien que no morirá nunca.
También quiero pedir disculpas por llevar tanto tiempo sin publicar. Si estáis interesados en la reseña de algún libro, decídmelo. Prometo retomar pronto las publicaciones. Gracias a todos y un fuerte abrazo.