En primer lugar, pedir excusas a mis lectores habituales ya que en estos momentos tengo mucho que estudiar y estoy centrado en llevar a cabo varios proyectos que me han mantenido alejado y me han impedido escribir durante estos meses. Dicho esto, intentaré publicar cada semana, ya que en estos meses he devorado una cantidad ingente de libros y quiero compartirlos con todos vosotros.
Ahora vamos al caso. Esta entrada es una crítica personal a la postmodernidad en la que actualmente vive el mundo Occidental, y, por qué no decirlo, el entero planeta. Voy a exponer mis razones de por qué abomino y detesto la postmodernidad y lo que ella significa. En primer lugar, pérdida de los valores, en todos los sentidos. Se ha dejado de buscar la verdad y la razón se ha aniquilado a sí misma. El sujeto está roto y fragmentado, la identidad se ha construido de forma virtual y no real y la cantidad de estímulos que recibimos nos impide centrarnos en nuestros objetivos. La postmodernidad es el triunfo de la lógica del demonio, el egoísmo y el individuo es lo que priman, no hay sitio para el Otro. A la gente le da igual los problemas de los demás. Es más, hoy en día dicen que no les demuestres a nadie tu dolor ni sufrimiento porque a un 80% les da igual, y el 20% restante incluso se alegrará de que te vaya mal y de que estés jodido.
¿En qué se basa hoy en día la postmodernidad? No hay nada absoluto, el bien y el mal son relativos, todo es relativo, todo vale. La opinión de un catedrático de neurocirugía sobre medicina vale lo mismo que la de un psicólogo de treinta años que ha leído dos artículos en la wikipedia y ni siquiera ha leído las fuentes originales. La gente se permite criticar todo sin tener conocimientos profundos ni sólidos de la materia que está tratando. Ejemplo: un joven que se declara marxista y que dice que el Estado y la policía son opresores y que no debería haber leyes, pero que no ha leído el capital de Marx, ni la obra de Stirner, ni la obra de Feuerbach, ni por supuesto a Hegel, que es la fuente de la filosofía de Marx. La opinión de este sujeto debe valer lo mismo que la de un profesor que me dio clase y que se pasó diez años estudiando la obra de Hegel en alemán y tardó esos mismos años en completar la tesis. Y he aquí la contradicción, si atacan a su familia o a su hijo o a su esposa, ¿a quién llaman? a la policía para que les proteja, pero no, el Estado y la policía son seres nocivos y malvados. Que no haya leyes, que todo el mundo haga lo que le dé la gana, el libertinaje y que los actos no tengan consecuencias, nada de responsabilidad. Eso es lo que dicta la lógica postmoderna, es decir, el pensamiento individualista y demónico.
Otro ejemplo: una persona de unos treinta años, que opina que la policía es opresora y está corrupta, y que se atreve a decir que sabe más que un hombre que ha sido inspector de policía durante más de cuarenta años y que tiene una edad que roza los ochenta. Dice que es una falacia de autoridad y se permite el lujo de pasar una lista de las falacias más comunes que se cometen al argumentar y razonar, pero que no sabe distinguir entre el principio de no contradicción, el de identidad, el del tercio excluso y el de razón suficiente ni ha leído el Organon de Aristóteles, ni sabe distinguir entre falacia, sofisma, antinomia y paradoja. Y por supuesto, no ha leído un libro de lógica ni sabe formalizar un argumento ni sabe lo que es la lógica matemática ni la teoría de conjuntos.
Otro ejemplo: esta vez en la tan venerada psicología actual. Psicólogos clínicos, de tendencia cognitivo-conductual, que desprecian la obra de Freud y dicen que no tenía ni idea pero no han leído ni una sola obra suya y sólo conocen algunos datos de su biografía sacados de Internet. Psicólogos que dicen saber más del cerebro y de las enfermedades mentales que un psiquiatra, que ha estudiado la carrera de Medicina y luego ha hecho una especialidad de seis años. Para los que no lo sepáis, Freud hablaba ocho idiomas y algunos neurocientíficos actuales de la talla de Kandel reconocen la deuda con el padre del psicoanálisis. Lo mismo con Jung, sus teorías no valen nada porque hay contenido religioso y esotérico, pero como no hay un estudio científico que lo certifique, esto es pseudociencia, y por supuesto, no han leído ni una sola obra del autor suizo. Estos mismos psicólogos son los que si vas a su consulta porque has tenido una ruptura de pareja o se ha muerto algún familiar, te dicen que te metas en Tinder y disfrutes de la vida, que tengas sexo sin compromiso que la vida es muy corta. El sexo se ha banalizado de tal manera que ahora acostarse con otra persona es como ir a comprar el pan.
Vamos ahora al tema central: las relaciones líquidas y el contacto virtual. Ahora la gente no se conoce en persona. Todo es virtual. Y el ghosting a la orden del día. Empiezas a conocer a una persona, te habla, te escribe, pero claro, no hay compromiso, lo mismo que estoy hablando contigo, hablo a la vez con otras tres o cuatro personas porque no me quiero perder ninguna opción. De repente esa persona te deja de hablar y responder a los mensajes. Lo primero: una persona que hace eso es una cobarde que se oculta detrás de una pantalla y no da la cara. Segundo: tiene una enorme falta de autoestima. Tercero: la empatía la tiene ya sabemos dónde. Y cuarto y último: saben que están haciendo daño a la otra persona, pero se ve que el enunciado del Evangelio de traten a su prójimo como os gustaría que él os tratara no lo entienden. Lo mejor de todo es que muchas de estas personas son gente que dice que buscan buenas personas y no cabrones ni relaciones tóxicas, y cuando encuentran a alguien así, en vez de sentirse agradecidas y ver la suerte que han tenido de encontrar una buena persona con valores y principios, educación, amabilidad y generosidad, le escupen como si fuera un perro y buscan gente que es tóxica, de la que dicen abominar, pero es lo que atraen. Un ejemplo muy claro de esto: es como si hay un mendigo pidiendo comida en la calle, te acercas a él y le das una bolsa llena de comida y en vez de agradecértelo, te tira la comida y la rechaza. Evidentemente, ocurren dos cosas. O esa persona tiene un trastorno mental o no quiere comida aunque la pida.
Transcribo aquí un extracto de un artículo de Alberto Garzón. Yo soy completamente contrario a su ideología política: He aquí sus palabras, criticando la postmodernidad en la que nos movemos, y con las que no puedo estar más de acuerdo:
«Y así llegamos a las relaciones sociales. Recuerden: el compromiso es basura, como la guerra es la paz en el 1984 de George Orwell. Entonces el amor, de pareja o de amigos, ya no puede ser moderno. Tiene que ser necesariamente posmoderno. No puede ser de compromiso, tiene que ser flexible. Ya no puede ser estable, tiene que ser temporal. Ya no puede ser profundo, tiene que ser superficial. Esas parejas, ahora abuelitos, que tuvieron un amor en toda la vida… ¡menudo coñazo! Ahora llevamos el amor en contacto. ¿Amor en profundidad? ¿Y tener que contarnos y compartir nuestras emociones más hondas? No, por dios. Aquí se lleva ahora el amor superficial. El amor líquido de Z. Bauman. El amor en contacto, el amor en conexión.
Las parejas tienen miedo al compromiso, y no me estoy refiriendo aquí al sagrado ritual católico sino al simple y llano sentimiento de pertenencia en comunidad. Comunidad es compartir y compartir… es malo. Los posmodernos son, también, individualistas. Para adaptarse hace falta no establecer vínculos de origen. Son los marineros del siglo XXI, con un falso compromiso en cada puerto.»
Podría continuar con más ejemplos, pero la entrada se alargaría demasiado. Mi reflexión final: creo que el origen de todo esto está en las redes sociales, que están haciendo mucho daño porque nos conectan con todo pero a la vez estamos más solos que nunca. Los cientos de estímulos a los que nos vemos sometidos y la satisfacción instantánea han creado un mundo de robots, en el que no hay humanidad, ni vínculos profundos, ni empatía, ni asertividad, ni compasión, ni dignidad, ni moralidad, ni principios. Cuando alguien presuma de todo esto, fijaos no en sus palabras, sino en sus hechos. Por los hechos los conoceréis, dijo Jesucristo. Si no creéis ni confiáis en las palabras de una persona, creed en sus obras, pues es lo único que cuenta. El verdadero amor es ese, que haya coherencia entre las palabras y las obras. Todo lo demás es humo. En cuanto a las redes sociales, creo que han contribuido a desarrollar trastornos de salud mental que no habrían ocurrido de no existir. Como todo, si se les da un buen uso, pueden ser muy beneficiosas, pero hay muchos malvados que las emplean para fines maquiavélicos y maléficos. Hay demasiadas personas con disonancia cognitiva, con depresión, con ansiedad, por no cumplir el canon que las redes sociales nos imponen.
Para terminar, decir que yo, Pablo Valdivia García, chico residente en Granada de 39 años, detesto la postmodernidad y he emprendido una cruzada contra ella. Quiero volver a la modernidad, cuando la razón gobernaba al hombre y había un fin y un sentido en la vida. Ahora el sujeto está fragmentado, vacío por dentro. Por mi parte yo me erijo como uno de los últimos caballeros cristianos, siguiendo a mi manera el ejemplo de Chesterton.